jueves, 7 de agosto de 2008

Introspecciones

La Propagación del Miedo y la Inseguridad en los Medios de Comunicación

Licenciado en periodismo Ricardo Marconi

La opinión pública se permanentemente abrumada por datos relacionados con la violencia y para ello los medios de comunicación se valen de estadísticas, encuestas, números y porcentajes que terminan por marear a los interesados en tener una información objetiva.

La sensación que surge en la población es la de desconfianza, ya que presumen la intención de que se quiere influir y manipular su opinión. Es más, una posición cínica de las estadísticas dice que “sirven para equivocarse con mayor precisión”.

En el campo de la utilización política del miedo, a través de dichos medios, queda claro que la manipulación de los pobres como vértice de hostigamiento en los espacios públicos, para forzar la intervención de las fuerzas del orden en problemas económicos-sociales y en otros vinculados con los sin techo, es una de las tantas formas de difusión del miedo y la inseguridad.

Asimismo, el uso más interesante de los sondeos sobre la violencia social, asegura a los asesores gubernamentales del área un conocimiento bastante aproximado –no exacto- de la opinión pública, que por otra parte no se mantiene estática.

Los medios, por su parte, utilizan los sondeos para hacer sus coberturas periodísticas y dar mayor espacio a los temas más urticantes. El de la violencia, en ese sentido, es un cliente fijo. Ello genera, a su vez, un feed-back que, en el caso puntual que nos ocupa, incrementa la sensación de violencia social.

Argentina es un país ideal para crear “conciencia” a través de encuestas, ya los “formadores de opinión estadística y de medios de comunicación, se valen de sus ciudades, con arterias distribuidas en cuadrículas y con un sistema de numeración, sumado a un censo nacional realizado cada década, que permiten, inteligentemente usados, llevar adelante “muestreos” confiables sobre los grados de temor social.

Y aquí los medios de comunicación juegan su carta más importante: interpretan las encuestas sin tener conocimientos de estadística y dando a conocer las cifras frías, desnudas y fuera de contexto que confunden a la opinión pública según sus propios intereses.

Lazarfed, un especialista que logró precisar estadísticamente la respuesta a una elección en Estados Unidos, entendió el valor que tienen las encuestas como determinantes del impacto que las mismas producen en los formadores de opinión, quienes, a su vez, influyen sobre el público.

Es por ello que los periodistas deben funcionar como protectores de la sociedad para que a la misma no se le venda gato por liebre, a los efectos que la población pueda tener una opinión crítica, con desconfianza hacia las encuestas que -en muchos casos- manipulan datos dando información parcial, fuera de contexto o aislado para producir determinado golpe de efecto.

Es importante que el destinatario de la encuesta conozca la fuente de la misma, la fecha de las entrevistas realizadas y el número de casos encuestados, así como la metodología para seleccionar las personas a consultadas. Debe recordarse siempre que los números pueden utilizarse para mentir. Y en el caso de la generación de miedo social, también hay aprovechados.

Los especialistas en criminología como Giner, recalcan que la delincuencia es, en general, “una de las formas descollantes de la desviación social”, más precisamente cuando esta conducta se aparta de intereses grupales y “en tal caso-agrega el experto- las desviaciones son proclamadas por grupos que casi nada pueden hacer contra las costumbres enraizadas en la conciencia colectiva y respaldadas por la estructura económica”.

Apoyados en Giner, dividimos los delitos “utilitarios” de los “reincidentes” y tomamos como tercera alternativa a los actos vandálicos. Como un ejemplo del primer tipo, tenemos al obrero despedido que ataca a los ciudadanos impulsado por la necesidad.

En nuestra Argentina la escalada de violencia criminal se ha incrementado sensiblemente –ni el menos avisado puede dejar de advertirlo- y la misma es presentada por los medios de comunicación de manera sistémica, influyendo en el discurso político y en la opinión pública que en la que se ha generado un nuevo elemento como referente: la sensación de inseguridad.

Ahora bien, sería importante precisar, con minuciosidad, si “la ola de violencia se corresponde con un incremento real del fenómeno o si se “usa” para justificar móviles punitivos, ya que una vez asumido esto como incuestionable, ese discurso propicia una sociedad más autoritaria, más violenta y menos garantista.

En este sentido y en su momento, se llevó adelante la utilización instrumental de la violencia para justificar procesos privatizadores como el del ferrocarril o el de los robos a colectiveros y el pasaje de los mismos para lograr el consenso social que permitió el control poblacional indiscriminado en medios de transporte, utilizando la pantalla de la necesidad de actuar sobre grupos “potencialmente peligrosos y sospechosos”.

Las concepciones de la autoridad y del poder de Dahrendorf, inician el camino de la manipulación ideológica, la discriminación, el control de los centros decisorios y la utilización mediática de las preferencias televisivas como ejemplos de ejercicio del poder.1

Licenciados en periodismo y comunicadores sociales saben perfectamente que el Estado tiene todas las prerrogativas de ejercer una violencia simbólica. La misma está tan naturalizada y arraigada que ya casi no se la reconoce como tal y ello implica una forma profunda de dominación. No es casualidad que en los medios gráficos y audiovisuales no se utilicen términos tales como “capitalismo”, “clase”, “explotación”, “dominación”, “desigualdad” y “exclusión”, aunque sí se nota el uso exacerbado de otros como “mundialización”, “gobernabilidad” y “tolerancia cero”.

La resultante es, sin duda, un “imperialismo simbólico”, y una doctrina neoconservadora que alimentan dicha “tolerancia”, con su consecuencia casi inmediata en el mediano plazo: la pena de muerte como respuesta a la falta de seguridad urbana, acompañada de su forma más morigerada como planteamiento desde los medios: una política más dura contra la delincuencia que, no negamos –nuevamente-, se ha visto incrementada.

Los datos disponibles, en materia delictiva y de criminalidad son escasos y presentan una serie de problemas metodológicos, que son utilizados a la hora de los enfrentamientos de sectores políticos.

Sin embargo, al ingresar al tema de la violencia simbólica, se nota el fortalecimiento del Estado penal que tiende a criminalizar la miseria y por ese camino normalizar las situaciones de exclusión, esto es la aplicación de la “mano dura” contra habitantes de asentamientos precarios y villas, por ejemplo.

Con su campaña permanente, los medios aportan su grano de arena sosteniendo el mantenimiento de una clase alta, en la vigilancia social de unos sobre otros, el temor de grupos sociales y cualquier otro comportamiento masivo que permita formar una fuerza instintiva para el mantenimiento del código de comportamiento. Obviamente los excluidos no experimentan el miedo a la pérdida del prestigio social, debido a que no lo poseen.

Sin ánimo de profundizar en el tema, sólo agregaremos que el establecimiento de la autocoacción es mayor en las clases altas debido a que el miedo a la pérdida del prestigio social es uno de los motores más poderosos del cambio de las coacciones externas en autocoacciones.

1 Sebastián Negrelli. Difusión del miedo.

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