sábado, 19 de julio de 2008

El peronismo y el campo

Por Juan José Sebreli

La actitud del gobierno actual frente al campo no es de ningún modo inédita y ayuda a su comprensión remontarse hacia mediados del siglo pasado. El mundo, el país, las clases sociales y el campo han cambiado considerablemente en ese lapso. Sin embargo, el comportamiento del peronismo sigue siendo el mismo, como si nada hubiera pasado. Ideólogos de procedencia setentista justifican los absurdos del Gobierno al sacar del arcón de los recuerdos reliquias arqueológicas como “oligarquía vacuna” o cánticos olvidados como “patria sí, colonia no”.

Estos nostálgicos parecen desconocer que el campo no es un bloque homogéneo y que los conglomerados sociales no son inmutables y eternos.

Las antiguas familias patricias dueñas de la tierra en la pampa húmeda hace tiempo se han disgregado, por diversas razones: fragmentación de la tierra por sucesiones, tecnología que permite el cultivo en tierras antes infértiles, sucesivas congelaciones de arrendamientos rurales que transformaron a los chacareros en propietarios, para volver anacrónica la “reforma agraria” que siguen predicando los populistas.

Los pools son, en gran parte, redes de pequeños y medianos propietarios, o bien, como en el caso de muchos grandes productores de soja, trabajan en tierras arrendadas.

El agro argentino de hoy esta inserto en la modernidad, pues supo aprovechar la estabilidad económica de los ahora satanizados años noventa para tecnificarse, incorporar maquinaria sofisticada y aplicar los últimos descubrimientos de la biotecnología para mejorar el proceso productivo.

Supo entender que el conocimiento es el factor clave del crecimiento, en un mundo en el que el trabajo manual está siendo sustituido por la inteligencia.

La agricultura es una de las pocas industrias argentinas competitivas con capacidad exportadora y se encuentra, por añadidura, en condiciones extraordinariamente favorables en el mercado internacional, por la creciente demanda alimenticia producida por el ingreso de Asia en el mercado mundial y el consiguiente alza de precios. La globalización, tan demonizada por los populistas, es, al fin, la condición de la prosperidad actual del campo argentino, aunque deba luchar todavía con rémoras del pasado preglobal, como el proteccionismo a los campesinos del Primer Mundo, que transgrede las leyes de la libertad de comercio, sin la cual no puede hablarse de globalización.

Pero es en el plano de la política local en que el campo encuentra su mayor enemigo, al tener que enfrentar un modelo económico que desalienta la producción agraria con altas tasas de retención.

Además, para compensar los bajos salarios se distorsionan los precios mediante la presión sobre los empresarios y comerciantes o con medidas inauditas, como la prohibición de exportaciones, o ineficaces, como el control de precios de productos alimenticios, que, no obstante, no alcanzan a hacerlos accesibles al consumo popular.

Todo esto dentro de un proyecto político y económico de retorno a un capitalismo de Estado que fue un fracaso a corto plazo en tiempos del peronismo histórico y no es más que una fantasía en la era de la globalización. El Gobierno insiste en llamarse nacional y popular en tanto el mundo marcha hacia la mundialización y el policlasismo.

La política del kirchnerismo retorna al modelo económico impuesto por los regímenes populistas a partir del peronismo histórico. El desinterés por el comercio exterior para privilegiar la sustitución de importaciones y el mercado interno es precisamente una de las causas del estancamiento y de la crisis permanente que vive el país desde mediados del siglo veinte.

Si los asesores ideológicos de los Kirchner conocieran la verdadera historia del peronismo, sabrían que ese modelo iniciado en 1945 entró en crisis entre 1949 y 1950, y que el propio Perón dio entonces el giro hacia una economía protoliberal.

Atenuó el apoyo a las industrias livianas subvencionadas por el agro, se preocupó más por el comercio exterior y, lo que es más insólito, proclamó “la vuelta al campo”, en un famoso discurso en el Teatro Colón, en 1950, dirigido a los empresarios rurales.

Hoy, cuando los precios de los productos agropecuarios alcanzan en el mercado mundial cifras comparables a las de comienzos del siglo veinte, se nos da una nueva oportunidad para abandonar el camino que en el siglo pasado no nos llevó a ninguna parte. Carlos Díaz Alejandro, el autor que mejor estudió la historia económica argentina, señaló que muy distinto hubiera sido el destino del país si, en lugar de proteger y subsidiar industrias sin ninguna capacidad exportadora a la vez que desalentaba y aun perseguía al campo, hubiera seguido el ejemplo de Canadá y de Australia. Esos países tan exitosos, lejos de desarrollar la industria a expensas del sector rural, como hizo la Argentina populista, prestaron mayor atención a los bienes exportables –principalmente, los agrícolo-ganaderos–, para provocar con ello, paradójicamente, no una menor, sino una mayor industrialización.

La crisis creada por una economía equivocada ha llevado al Gobierno a una encrucijada política. Ha conseguido la unidad, en su contra, de los grandes centros urbanos, los pueblos del interior y del campo. Las ciudades votaron contra la continuidad del kirchnerismo –era previsible su comportamiento en la crisis del campo–, pero los pequeños y medianos productores rurales y los pueblos del interior fueron un factor decisivo para el triunfo de los Kirchner y, a los tres meses, protagonizan los piquetes y los cortes de rutas.

Los exportadores agroalimentarios y agroindustriales han sido los que aportaron las divisas que nos permitieron salir del default y lograr el superávit fiscal del que tanto se vanagloria el Gobierno. Esos mismos exportadores rechazan hoy las retenciones abusivas, porque saben bien que éstas no significan la redistribución de la riqueza, como idealiza el Gobierno. No se emplearán para infraestructura ni ahorro interno, que preserve para los malos tiempos, sino para clientelismo, subsidios a empresarios amigos, construcción de obras faraónicas, como el tren bala, o simplemente se perderán en el despilfarro y la corrupción.

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