Hay pañuelo, chori, boina y rayban
En Palermo, ayer a la tarde, la puta oligarquía estaba bastante rara. Pienso que no me tengo que dejar llevar por prejuicios. Por Martín Caparrós.
Martín Caparrós
Primero pienso que no recuerdo haber visto nunca tanto mocasín, tanto pulóver sobre los hombros en una manifestación. Después pienso que no me tengo que dejar llevar por los prejuicios. Después pienso que en Congreso me encontraría más amigos. Después, que eso no es un parámetro político. (Pero es cierto que me encantaría estar en Congreso creyendo que pongo el pecho para detener a la puta oligarquía que llama al golpe para acabar con el proceso de cambio que está viviendo la Argentina. Si sólo pudiera creerlo, sería casi feliz.)
Acá, en Palermo, esta tarde, la puta oligarquía está bastante rara. Son las tres de la tarde, raya el sol: columnas sindicales pasan tocando bombo entre camperos. Hay banderas de la Sociedad Rural azul y blancas, bandadas de cinturones cuero crudo, sindicatos con Perón y Evita, un núcleo fuerte de banderas rojas, bombachos nuevos bien cardón cosas nuestras, pobres con bolsas y bebitos mocosos, barriles y barriles de tintura rubia, rayban de free shop, rayban falsos del Once, pañuelitos al cuello, esas caras que sólo generaciones de dinero saben construir.
–¡Ya somos más de trescientos mil! Quien quiera oír que oiga, quien quiera ver que vea…
Grita el locutor, y no sé si sabe o no sabe que está citando a Eva Duarte –si quiere apropiársela, o si ella se apropió de él. En todo caso, ya a esta hora, la cantidad de personas es impresionante. Hay dos o tres cuadras de Libertador llenas de gente muy pegada, compacta, amontonada: parece mucha gente. Después, otras seis o siete cuadras de gente más relax, en grupitos que charlan.
–Ay Nacho qué gusto verte acá.
–Pero cómo iba a faltar, Mercedes.
–Sí, ¿no? Éste es nuestro lugar.
En una tarima, a un costado de Libertador, una banda de doce vientos y tambores con overoles, cascos blancos, pieles oscuras y una vaca de plástico, toca Matador.
–¿De dónde sos?
Le pregunto a un trompeta.
–Yo, de Corrientes.
–¿Y todos se vinieron desde ahí?
–No, yo soy de ahí, pero vivo acá.
Le explico que yo quería preguntarle de qué grupo o sindicato era.
–Ah, no sé, a nosotros nos contrataron para tocar acá.
Al fondo de la tarima hay una bandera argentina y peronista que dice Sindicato Carne GBA.
–¿Y cuánto les pagaron?
–No, ni idea.
Me dice, y llega un señor del sindicato que me dice que no, que no les pagaron ni un peso, que vinieron gratis. Yo le digo que claro, muchas gracias.
–Si éste no es el pueblo, ¿el pueblo donde está?
Cantan señoras y señores levemente enfervorizados, y desde los balcones de los pisos de Libertador saludan y tiran papelitos.
–Si éste no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?
Insisten, gritan. Es curioso que una pregunta lleve tanto tiempo planteada sin que nadie consiga contestarla.
El sol sigue, sigue llegando gente, la masa se compacta. El olor a chori, que debe ser uno de los tres o cuatro olores de la Patria, se enrosca y enriquece. Por suerte esto está lleno de personas que me dicen cómo tengo que hacer mi trabajo: anotá, contá todo esto, decí la verdad, che, a ver si por una vez no mienten, contá bien uno por uno vas a ver que somos un montón, por qué no entrevistás a aquél, ese señor de anteojos.
–Yo soy del campo, claro que soy del campo.
–¿Cuánto campo tiene?
–No importa, tengo unos cientos de hectáreas en Pehuajó. Pero te digo que cuando se me inundaron nadie me ayudó. ¿El Estado dónde estaba entonces?
El señor boina verde mayor y muy sereno sentado en un banquito me dice que su campo no se lo robó a nadie, que lo heredó, que es radical como su padre y que no va a permitir que estos hijos de mil putas le afanen a mano armada lo que se gana trabajando.
–A mí nadie me da nada, así que lo que yo gano me corresponde, ¿no?
Es una frase casi stándard: me la repetirán diez, quince, quichicientas veces.
–Ya se van a enterar de que la dignidad del campo argentino no se compra ni se vende.
Grita el locutor.
–Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura de los K.
Grita un grupito de jóvenes a mi alrededor: llevan corbatas. Estos deben ser los del golpe. Les pregunto, me dicen que son de la Juventud Radical, y siguen con eso de la dictadura. Pero la media de edad es importante: creo que nunca vi una manifestación con tantos viejos.
–¿Sabés lo que trabajamos nosotros para que ustedes tengan estos parques, estas avenidas?
Me dice un grandote tipo chacarero con un pañuelo medio gastado al cuello y panza bien provista.
–Yo soy de Córdoba, para nosotros venirnos hasta acá es un problema, no sabés lo que nos cuesta dejar aquello, meternos en estas calles, todo este quilombo.
–¿Seguro que no les gusta un poco?
–¿Qué nos puede gustar?
–Bueno, esto de entrar en la ciudad, imponer su presencia.
El hombre está al borde de sonreír pero sabe contenerse a tiempo: son tantos años de gauchesca. –¿Te parece?
Chicos y chicas de izquierda ofrecen periódicos de izquierda a señoras muy puestas que se dan esos besitos cuidadosos, historia de no arruinarse el maquillaje. Las señoras los miran y alguna incluso les contesta no gracias. Todo el tiempo se oye mucho perdón disculpe permiso gracias por favor. Ser amables también marca diferencias de clase.
–¿Y no les da cosita?
–Sí, qué sé yo, digamos que es una experiencia antropológica interesante. Dice, y se ríe nerviosa.
La pecosa tiene veintipico y llegó de Córdoba esta mañana con sus compañeros del Partido Socialista de los Trabajadores. Dice que sí, que por momentos le resulta raro estar acá pero que lo discutieron mucho y decidieron que tenían que venir, que están a favor de las retenciones pero no le creen una palabra al gobierno cuando dice que las van a usar para redistribuir, y que vale la pena apoyar a los pequeños productores.
–La izquierda se está quedando afuera, como siempre, y al quedarse afuera le hace el juego al gobierno. Nosotros creemos que hay que estar, creemos que también hay que pelear por la clase media. Nuestra clase media es inconstante, a veces se bandea a la derecha, a veces a la izquierda, y es importante tratar de traerla para nuestro lado.
Dice, y de algún modo –el tono, la sonrisa– se sigue disculpando.
Hay boinas pampa y gorritos de béisbol: alguna vez se van a transformar en símbolos de algo. La boina hiperlocal, folclórica, que los muchachos más o menos ricos usan para mostrar su apego a viejas tradiciones de la tieya; el gorrito hiperglobal, contemporáneo, que los muchachos más o menos pobres usan para formar parte de algún mundo.
–Como dice Buzzi: a unos nos sacan y a otros no les dan. Eso es lo que hace el gobierno con la guita. Mirá a estos pobres tipos acá, les siguen dando 150 pesos por mes, como hace cinco años. Es una inmoralidad, hermano, una vergüenza.
Me dice un cincuentón Federación Agraria de Reconquista, Santa Fe, parado al lado de un grupo piquetero. Después me da la mano y me deja mormoso. Es feo que te puteen los que te gustan; peor es que te feliciten los que no:
–Vamos, che, tienen que seguir pegando, no me aflojen.
Pero una rubia mucha papa en la boca, naricita respingo, sombrero, escarapela, me mira atravesado:
–¿Y éste qué hace acá?
Dice, con siglos de desprecio, y me llena el corazón de gozo.
Así está todo, tan confuso.
–¡Hemos juntado quinientas mil personas!
Grita el locutor y todos gritan y aplauden como si le creyeran.
–Argentina, Argentina.
Gritan miles: supongo que seguimos ganando.
Dos golden retrievers con pañuelos patrios dan saltitos. Más allá, un cartel en la punta de un palo: “Somos la tierra y su paisaje. Somos imborrables”. Debe ser bonito tener tanta certeza. ¿Tienen tanta?
–Yo los voté, los apoyaba, pero así como los voté ahora los desvoto.
Me dice una señora de cincuenta clase media porteña modelo Caballito, y me dice que no tiene nada que ver con el campo pero vino para pararle los pies a los del gobierno, que qué carajo se han creído.
–Yo no discuto las retenciones. Discuto que las hayan hecho así de mal, que sea gente que no sabe lo que hace, que no son estadistas, que las van de compadritos.
–Dale, escribí que estamos hartos de que nos saquen lo que es nuestro. Lo que es nuestro, entendés. Escribilo, dale, a ver si te animás.
Están por empezar los discursos, y el locutor habla de Nuestra Señora de Luján, patrona de la Patria:
–¡Un gran aplauso para la Virgen!
Pide el locutor, pero el aplauso es mucho más quedo que el de hace unos minutos, cuando anunció que habían llegado Buzzi y De Angeli. Y entonces el locutor pide al Padre Todopoderoso Misericordioso que en su inmensa bondad nos ha dado esta tierra y estas riquezas que proteja a nuestra Patria e ilumine a los legisladores, y empieza una oración que dice Jesucristo Señor de la Historia. Casi nadie, en mis alrededores, la repite. Me sorprendo, casi me ilusiono. Pero después dice Dios te salve María llena eres y muchos lo corean. El ateísmo nos duró poquito. Detrás de la señora del Monumento se va poniendo el sol. Miles y miles gritan Alfredo, Alfredo.
–En qué lío me metí.
Dice, desde el palco, voz de trinchera campechana, Alfredo De Angeli, y los miles y miles se le ríen.
–¿Qué quieren que les diga?
Dice, y empiezan los discursos.
En Palermo, ayer a la tarde, la puta oligarquía estaba bastante rara. Pienso que no me tengo que dejar llevar por prejuicios. Por Martín Caparrós.
Martín Caparrós
Primero pienso que no recuerdo haber visto nunca tanto mocasín, tanto pulóver sobre los hombros en una manifestación. Después pienso que no me tengo que dejar llevar por los prejuicios. Después pienso que en Congreso me encontraría más amigos. Después, que eso no es un parámetro político. (Pero es cierto que me encantaría estar en Congreso creyendo que pongo el pecho para detener a la puta oligarquía que llama al golpe para acabar con el proceso de cambio que está viviendo la Argentina. Si sólo pudiera creerlo, sería casi feliz.)
Acá, en Palermo, esta tarde, la puta oligarquía está bastante rara. Son las tres de la tarde, raya el sol: columnas sindicales pasan tocando bombo entre camperos. Hay banderas de la Sociedad Rural azul y blancas, bandadas de cinturones cuero crudo, sindicatos con Perón y Evita, un núcleo fuerte de banderas rojas, bombachos nuevos bien cardón cosas nuestras, pobres con bolsas y bebitos mocosos, barriles y barriles de tintura rubia, rayban de free shop, rayban falsos del Once, pañuelitos al cuello, esas caras que sólo generaciones de dinero saben construir.
–¡Ya somos más de trescientos mil! Quien quiera oír que oiga, quien quiera ver que vea…
Grita el locutor, y no sé si sabe o no sabe que está citando a Eva Duarte –si quiere apropiársela, o si ella se apropió de él. En todo caso, ya a esta hora, la cantidad de personas es impresionante. Hay dos o tres cuadras de Libertador llenas de gente muy pegada, compacta, amontonada: parece mucha gente. Después, otras seis o siete cuadras de gente más relax, en grupitos que charlan.
–Ay Nacho qué gusto verte acá.
–Pero cómo iba a faltar, Mercedes.
–Sí, ¿no? Éste es nuestro lugar.
En una tarima, a un costado de Libertador, una banda de doce vientos y tambores con overoles, cascos blancos, pieles oscuras y una vaca de plástico, toca Matador.
–¿De dónde sos?
Le pregunto a un trompeta.
–Yo, de Corrientes.
–¿Y todos se vinieron desde ahí?
–No, yo soy de ahí, pero vivo acá.
Le explico que yo quería preguntarle de qué grupo o sindicato era.
–Ah, no sé, a nosotros nos contrataron para tocar acá.
Al fondo de la tarima hay una bandera argentina y peronista que dice Sindicato Carne GBA.
–¿Y cuánto les pagaron?
–No, ni idea.
Me dice, y llega un señor del sindicato que me dice que no, que no les pagaron ni un peso, que vinieron gratis. Yo le digo que claro, muchas gracias.
–Si éste no es el pueblo, ¿el pueblo donde está?
Cantan señoras y señores levemente enfervorizados, y desde los balcones de los pisos de Libertador saludan y tiran papelitos.
–Si éste no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?
Insisten, gritan. Es curioso que una pregunta lleve tanto tiempo planteada sin que nadie consiga contestarla.
El sol sigue, sigue llegando gente, la masa se compacta. El olor a chori, que debe ser uno de los tres o cuatro olores de la Patria, se enrosca y enriquece. Por suerte esto está lleno de personas que me dicen cómo tengo que hacer mi trabajo: anotá, contá todo esto, decí la verdad, che, a ver si por una vez no mienten, contá bien uno por uno vas a ver que somos un montón, por qué no entrevistás a aquél, ese señor de anteojos.
–Yo soy del campo, claro que soy del campo.
–¿Cuánto campo tiene?
–No importa, tengo unos cientos de hectáreas en Pehuajó. Pero te digo que cuando se me inundaron nadie me ayudó. ¿El Estado dónde estaba entonces?
El señor boina verde mayor y muy sereno sentado en un banquito me dice que su campo no se lo robó a nadie, que lo heredó, que es radical como su padre y que no va a permitir que estos hijos de mil putas le afanen a mano armada lo que se gana trabajando.
–A mí nadie me da nada, así que lo que yo gano me corresponde, ¿no?
Es una frase casi stándard: me la repetirán diez, quince, quichicientas veces.
–Ya se van a enterar de que la dignidad del campo argentino no se compra ni se vende.
Grita el locutor.
–Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura de los K.
Grita un grupito de jóvenes a mi alrededor: llevan corbatas. Estos deben ser los del golpe. Les pregunto, me dicen que son de la Juventud Radical, y siguen con eso de la dictadura. Pero la media de edad es importante: creo que nunca vi una manifestación con tantos viejos.
–¿Sabés lo que trabajamos nosotros para que ustedes tengan estos parques, estas avenidas?
Me dice un grandote tipo chacarero con un pañuelo medio gastado al cuello y panza bien provista.
–Yo soy de Córdoba, para nosotros venirnos hasta acá es un problema, no sabés lo que nos cuesta dejar aquello, meternos en estas calles, todo este quilombo.
–¿Seguro que no les gusta un poco?
–¿Qué nos puede gustar?
–Bueno, esto de entrar en la ciudad, imponer su presencia.
El hombre está al borde de sonreír pero sabe contenerse a tiempo: son tantos años de gauchesca. –¿Te parece?
Chicos y chicas de izquierda ofrecen periódicos de izquierda a señoras muy puestas que se dan esos besitos cuidadosos, historia de no arruinarse el maquillaje. Las señoras los miran y alguna incluso les contesta no gracias. Todo el tiempo se oye mucho perdón disculpe permiso gracias por favor. Ser amables también marca diferencias de clase.
–¿Y no les da cosita?
–Sí, qué sé yo, digamos que es una experiencia antropológica interesante. Dice, y se ríe nerviosa.
La pecosa tiene veintipico y llegó de Córdoba esta mañana con sus compañeros del Partido Socialista de los Trabajadores. Dice que sí, que por momentos le resulta raro estar acá pero que lo discutieron mucho y decidieron que tenían que venir, que están a favor de las retenciones pero no le creen una palabra al gobierno cuando dice que las van a usar para redistribuir, y que vale la pena apoyar a los pequeños productores.
–La izquierda se está quedando afuera, como siempre, y al quedarse afuera le hace el juego al gobierno. Nosotros creemos que hay que estar, creemos que también hay que pelear por la clase media. Nuestra clase media es inconstante, a veces se bandea a la derecha, a veces a la izquierda, y es importante tratar de traerla para nuestro lado.
Dice, y de algún modo –el tono, la sonrisa– se sigue disculpando.
Hay boinas pampa y gorritos de béisbol: alguna vez se van a transformar en símbolos de algo. La boina hiperlocal, folclórica, que los muchachos más o menos ricos usan para mostrar su apego a viejas tradiciones de la tieya; el gorrito hiperglobal, contemporáneo, que los muchachos más o menos pobres usan para formar parte de algún mundo.
–Como dice Buzzi: a unos nos sacan y a otros no les dan. Eso es lo que hace el gobierno con la guita. Mirá a estos pobres tipos acá, les siguen dando 150 pesos por mes, como hace cinco años. Es una inmoralidad, hermano, una vergüenza.
Me dice un cincuentón Federación Agraria de Reconquista, Santa Fe, parado al lado de un grupo piquetero. Después me da la mano y me deja mormoso. Es feo que te puteen los que te gustan; peor es que te feliciten los que no:
–Vamos, che, tienen que seguir pegando, no me aflojen.
Pero una rubia mucha papa en la boca, naricita respingo, sombrero, escarapela, me mira atravesado:
–¿Y éste qué hace acá?
Dice, con siglos de desprecio, y me llena el corazón de gozo.
Así está todo, tan confuso.
–¡Hemos juntado quinientas mil personas!
Grita el locutor y todos gritan y aplauden como si le creyeran.
–Argentina, Argentina.
Gritan miles: supongo que seguimos ganando.
Dos golden retrievers con pañuelos patrios dan saltitos. Más allá, un cartel en la punta de un palo: “Somos la tierra y su paisaje. Somos imborrables”. Debe ser bonito tener tanta certeza. ¿Tienen tanta?
–Yo los voté, los apoyaba, pero así como los voté ahora los desvoto.
Me dice una señora de cincuenta clase media porteña modelo Caballito, y me dice que no tiene nada que ver con el campo pero vino para pararle los pies a los del gobierno, que qué carajo se han creído.
–Yo no discuto las retenciones. Discuto que las hayan hecho así de mal, que sea gente que no sabe lo que hace, que no son estadistas, que las van de compadritos.
–Dale, escribí que estamos hartos de que nos saquen lo que es nuestro. Lo que es nuestro, entendés. Escribilo, dale, a ver si te animás.
Están por empezar los discursos, y el locutor habla de Nuestra Señora de Luján, patrona de la Patria:
–¡Un gran aplauso para la Virgen!
Pide el locutor, pero el aplauso es mucho más quedo que el de hace unos minutos, cuando anunció que habían llegado Buzzi y De Angeli. Y entonces el locutor pide al Padre Todopoderoso Misericordioso que en su inmensa bondad nos ha dado esta tierra y estas riquezas que proteja a nuestra Patria e ilumine a los legisladores, y empieza una oración que dice Jesucristo Señor de la Historia. Casi nadie, en mis alrededores, la repite. Me sorprendo, casi me ilusiono. Pero después dice Dios te salve María llena eres y muchos lo corean. El ateísmo nos duró poquito. Detrás de la señora del Monumento se va poniendo el sol. Miles y miles gritan Alfredo, Alfredo.
–En qué lío me metí.
Dice, desde el palco, voz de trinchera campechana, Alfredo De Angeli, y los miles y miles se le ríen.
–¿Qué quieren que les diga?
Dice, y empiezan los discursos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario