La voluntad política
Por Andrés Malamud *
En los últimos años se tornó un lugar común ensalzar la voluntad política como panacea: para construir la unidad latinoamericana, para distribuir la riqueza, para edificar la nueva política. Qué pena que los voceros del progresismo contemporáneo hayan olvidado a Marx y a Gramsci, al condicionamiento de la estructura y al pesimismo de la razón.
Mientras el Gobierno se enfrascaba en una lucha desastrada por un simple aumento tributario, la inflación continuaba alta y mentida. Mientras “el campo” salvajeaba al país en las rutas, las inversiones se retraían y los cuellos de botella energéticos se estrechaban. El mundo demanda comida y energía; Argentina podría producirlos pero se dedica a otra cosa. Y el progresismo biempensante no pierde el tiempo planificando cómo reestructurar la esfera de la producción, sino en cómo apropiarse de la renta agraria. Tampoco se detiene a reflexionar sobre las relaciones de fuerza, sino que embiste al adversario como si la razón justificara la victoria.
La votación en el Congreso constituye una derrota para el Gobierno, pero sobre todo para su mito fundante: el de la voluntad política. ¿Acaso no la tuvo Perón? Desconocer las condiciones materiales y despreciar al adversario (¡y a los aliados!) es garantía de fracaso. Perder una votación parlamentaria constituye una cuestión trivial en una democracia presidencialista normal, pero ignorar la realidad no.
Esta derrota es reversible. El partido de gobierno controla dos tercios del Senado, por lo que la recomposición política está en sus manos y no en las de sus opositores. Y para alinear al peronismo sólo se necesita poder y dinero, cosa que esta administración aún controla. Pero, más importante que contar con recursos, la reversión de la derrota exige entender por qué ocurrió. Y de eso, de entender, este gobierno no ofrece garantías.
* Politólogo, Universidad de Lisboa.
sábado, 19 de julio de 2008
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