domingo, 21 de septiembre de 2008

Bernardo Alberte y el Peronismo Resistente (Fragmento de Los hechos...y las razones)

Alberto Lapolla, autor de este texto

Por Alberto Lapolla

El Cordobazo como bisagra de la Resistencia Popular
De manera similar, que en los primeros días de Mayo, entre el 25 de mayo, el derrocamiento de Moreno en diciembre y la derrota de Castelli a partir de junio de 1811, encierran de alguna manera todas las claves de los hechos que sucederían a posteriori; incluyendo tendencias, líneas de acción y de defección; prefigurando al mismo tiempo la gran nación americana que pudimos ser, y la pequeñez portuaria-británica que derrotó todos los proyectos nacionales; de una manera similar -decíamos-, el Tercer gobierno Peronista prefigura también, la tragedia por venir.

El ciclo abierto por la irrupción de la CGT de los Argentinos, que daba encarnadura real –no ficticia- a los programas obreros de Huerta Grande y La Falda, a través del programa del 1º de Mayo de la CGTA –redactado por Rodolfo Walsh- y el accionar concreto de una nueva conducción sindical Peronista dispuesta ‘a sacar los pies del plato’, marca la aparición de una nueva conducción sindical peronista dispuesta a voltear a la dictadura de Onganía sin más vueltas. Llevando a la práctica, una nueva dimensión del Frente Peronista: la unión de todos los que luchaban por la Liberación Nacional y Social sin exigencia de ortodoxia, ni disolución de identidad. Todo este proceso se hallaba lubricado además, con un fuerte componente de autonomía real de los trabajadores y de su organización. Dicho desarrollo enmarcaba un nuevo Peronismo, resultante del colosal efecto producido por La Revolución Cubana entre sus filas; especialmente por la decisión de Fidel y el Che, de liquidar la invasión norteamericana de Bahía de los Cochinos y por la propia dinámica de confrontación con el poder oligárquico de la Resistencia Peronista; hechos que actuaron como una bomba de profundidad sobre el Peronismo ortodoxo y cuestionaban la decisión de Perón de abandonar el poder sin combatir en 1955.

Ese nuevo Peronismo Resistente, sería el encarnado en las figuras de John William Cooke, del Mayor Alberte, de Gustavo Rearte, de Raymundo Ongaro, de Rodolfo Puiggrós, de Alicia Eguren, de Juan José Hernández Arregui, de Raymundo el Negro Villaflor, de las FAP, las FAR y finalmente los Montoneros. Destacamos la figura de un Mayor Alberte, que no sólo desobedece a Perón –negándole el acceso a Vandor a la dirección de la CGT, cuando la muerte de Amado Olmos-, sino –y ese será su aporte histórico, el que lo ubica en la historia grande de los argentinos- que se pone a organizar el Peronismo Revolucionario juntando y uniendo todas las líneas y tendencias que lo componían.

Ello incluía, desde nacionalistas provenientes de la derecha, nacionalistas de izquierda o castristas; marxistas leninistas, estalinistas, trotzquistras-insurreccionales, insurreccionales-guevaristas, guevaristas de todo pelaje, Peronistas Revolucionarios de todo matiz; cristianos de base o simplemente pastorales, seglares, partidarios de las nuevas ideas de Juan XXIII –en contra de las propias posiciones de Perón que las cuestionaba-, militares nacionalistas de todo calibre, militantes sindicales antiburocráticos, clasistas o socialistas, peronistas evitistas, intelectuales revolucionarios, jóvenes de todas las líneas revolucionarias e insurrecciónales existentes, y así de seguido. Alberte –junto a Rearte, Puiggróss y Cooke (a través de Alicia Eguren luego de su muerte)- daban así origen a uno de los procesos más ricos y valiosos de la historia argentina, al dar vida a la Tendencia Revolucionaria Peronista. Valiosa por su diversidad, combatividad y tolerancia de matices, hasta la llegada de la hegemonización montonera. Esta irrupción, marcará un antes y un después en los hechos de la década, y dará por resultado la gran bisagra del período 1955-1973: el Cordobazo.

Del Cordobazo al Gran Acuerdo Nacional

No cabe duda, que la frase pronunciada por el general Pedro E. Aramburu, cuando la sublevación obrera y popular de Córdoba: “hay que pactar con Perón antes que esto salte por los aires” (Junio 1969) sellaba el fin de la “Libertadora”, como proceso de capitalismo posible para la Argentina. No se podía gobernar sin el Peronismo, a menos que se quisiera que la Argentina marchara a una Revolución al estilo cubano. Los pasos de Perón, producido el Cordobazo, van en el mismo sentido: ordena desarmar la CGT de los Argentinos “que es un tablao” (Junio 1969) y no “sacar los pies del plato” (Junio 1969). La inmediata muerte de Vandor, un mes después del Cordobazo –y luego de entrevistarse con Perón en Irún-, parecería señalar el costo que alguien cobró, por permitir que su gente –Elpidio Torres- estuviera a la cabeza de la rebelión cordobesa. El resultado de esta convergencia estructural, respecto de la marcha del capitalismo, sería el Gran Acuerdo Nacional –previo asesinato de Aramburu, luego de una posible entrevista secreta con Perón en Francia- y el retorno de Juan Perón al gobierno.

El Cordobazo había dejado claro que, la convergencia combativa, orgánica y estructural del Peronismo Combativo -encarnado en la CGTA de Raymundo Ongaro- y el sindicalismo de izquierda representado en la figura del Gringo Agustín Tosco, era mortal para el esquema de capitalismo asociado a las multinacionales pergeñado por el Desarrollismo, para preservar ‘las chimeneas’ que el almirante Rojas quería erradicar. También era mortal para la estructura sindical burocrática asociada a la patronal, como esencia del gremialismo ortodoxo Peronista.

Casualmente, ésa sería a nuestro entender, la lucha central del período que se cerrará con la irrupción de la dictadura genocida: la posibilidad, o no, de generar una nueva conducción sindical combativa, autónoma y revolucionaria de los trabajadores. Línea que se expresaría en las corrientes combativas y antiburocráticas de la Resistencia ejemplificadas en los programas de Huerta Grande y la Falda, en la CGTA luego, en el Clasismo más tarde, en Tosco en todo el ciclo hasta su muerte, en los movimientos como el SMATA cordobés, la UOM de Villa Constitución, la lista Marrón de FOETRA, en los trabajadores del Chocón, en las luchas de la FOTIA, en la CGT de Salta con Armando Jaime, en las luchas de Astilleros, en fin, en un reguero múltiple de luchas obreras que plantearon como reivindicación central el cambio de conducción sindical, hasta su máxima expresión: las luchas de junio y julio de1975, que liquidaron a López Rega y que convencieron al mando burgués de la necesidad del golpe genocida ya no sólo contra el movimiento obrero, sino contra la clase obrera misma.

El primer “plan de ajuste” neoliberal, hecho dentro de un gobierno Peronista (el Rodrigazo de junio 1975), fue aplastado por gigantescas movilizaciones estructurales, de la clase trabajadora encabezadas por las Coordinadoras Sindicales de Base, última emergencia del poderoso movimiento obrero argentino. Ése, que desde el 17 de octubre de 1945, había logrado inclinar la balanza de la historia para su lado. Sería, no casualmente, a partir de las luchas obreras de junio de 1975 –conocidas como el Rodrigazo- que una infame frase comenzaría a salir de los labios de políticos, militares y empresarios, tan diferentes como Ricardo Balbín, Mariano Grondona, Jorge R. Videla, Rogelio Frigerio, Emilio Massera o Juan Alemann: “hay que acabar con la guerrilla fabril”, dirían, legitimando la matanza por producirse. De tal forma, entre el 55 y el 58% de los desaparecidos serían dirigentes sindicales de base. Al final del proceso la clase obrera industrial –o quasi-industrial- se reduciría de seis millones de trabajadores en 1976, a menos de un millón en diciembre de 2001

La responsabilidad del General

El Tercer gobierno del General Perón, es uno de los tabúes sobre los que la política argentina actual –el Peronismo es gobierno desde 1989 casi sin interrupción, hasta hoy, a excepción de los dos años de De La Rúa- prefiere mirar para otro lado. Es soslayado en sus errores, pero también en sus aciertos. Como que se oculta, que aplicó la última política económica de Liberación Nacional que conocemos los argentinos. Claro, hablar de la política económica aplicada entre 1973-1974, por la dupla Perón-Gelbard llevaría a la inevitable pregunta, de, ¿por qué dicha política no puede ser aplicada en la actualidad? La respuesta no está al alcance de los políticos que gobiernan la Argentina post dictadura. Hemos analizado en detalle el gobierno Peronista en nuestro trabajo “La Esperanza Rota”(De la Campana, 2005), al cual remitimos al lector, pero creemos necesario precisar algunas cuestiones para comprender el marco de acceso de la sociedad argentina a la dictadura genocida, y al final de nuestro estadio de nación independiente, justa, libre y soberana.

Perón a nuestro entender, cometió en su Tercer gobierno una serie de errores, o de defecciones, que resultaron nefastos para el futuro de la nación y de su propio Movimiento. Destrozó innecesariamente al Presidente Cámpora, para ocupar su lugar, a sabiendas que poseía ya 79 años (todo indica que habría nacido en 1894, en Roque Pérez), y que la duración de su vida, según le habían anticipado sus médicos, no soportaría el ajetreo del gobierno. No sólo eliminó a Cámpora, y cualquier atisbo de la Juventud Peronista de su Tercer gobierno, incluyendo cuadros esenciales de ese momento como Juan Manuel Abal Medina, Esteban Righi, Jorge Vázquez y Julio Troxler, entre muchos otros. También volteó uno a uno, a los gobernadores vinculados a la Tendencia Revolucionaria Peronista. Algunos como el de Córdoba, representativos de todo el movimiento popular provincial en la lucha contra la dictadura. Otros como Bidegain, cuadros históricos de la Resistencia y de sólida formación política e intelectual.

El derrocamiento de Obregón Cano y Atilio López –de la manera más infame-, puede ser interpretado casi como un castigo a la rebelde Córdoba y al inicio de la insurrección que lo había devuelto al poder. Dejó sin lugar alguno en el Movimiento o en el gobierno, a cuadros centrales de la Resistencia como Andrés Framini, Sebastián Borro, Avelino Fernández, el Viejo Ireneo Chávez, Gustavo Rearte, Arturo Jauretche y al propio Mayor Alberte. Quebró así, la continuidad de la lucha de la Resistencia con el nuevo gobierno Peronista. Ubicó de vicepresidenta a su mujer Isabel Martínez, de quien muchas veces había señalado a sus colaboradores -en los primeros años de su exilio-, que dudaba de que fuera de los servicios. A su muerte, la presidencia de Isabel Perón sería una de las mayores tragedias de la historia nacional. El General, conocía perfectamente las ambiciones desmedidas –unido a la aguda inteligencia preverbal- de su esposa, así como la estrecha relación de dominio que sobre ella ejecutaba su mucamo, José López Rega.

Conocía también de sobra la pertenencia de su mucamo a la logia fascista P2, con la cual él mismo, había establecido espúreas relaciones, en la parte más oscura de su gobierno. La condecoración a Licio Gelli -incluyendo el beso aplicado de rodillas sobre su anillo-, en agradecimiento ante el Burattinaio; así como su entrevista con Pinochet en el Aeropuerto de Morón, deben ser de los peores momentos en su larga trayectoria política. Esa actitud de favoritismo hacia su esposa y su mucamo, sería tan condenable, que Don Arturo Jauretche, peleado con Perón desde 1948 y que moriría pocos días antes del General, el 25 de mayo de 1974, lo haría maldiciendo a su antiguo amigo: “que se puede esperar de quien pone de ministro a su lacayo”, expresó indignado, luego de los hechos del 1º de Mayo de 1974.

Peor aun, en el que consistió, tal vez, su mayor error estratégico, Perón destruyó la corriente nacionalista y democrática del Ejército argentino, encabezada por el general Carcagno y los coroneles Cesio, Perlingher y Ballester, destruyendo así la única corriente aliada que era fiel al proyecto Peronista. Descabezada esta línea, en el ejército sólo restarían los fascistas llamados nacionalistas, y los fascistas llamados liberales. Los dos grupos ferozmente antipopulares, anticomunistas, antiperonistas, y aliados hasta los tuétanos de los Estados Unidos en la ‘tercera guerra mundial contra el comunismo’. El Perón que había vuelto en 1972 había percibido un país sublevado y fuertemente radicalizado. Ese país, no coincidía en absoluto con su concepción política compendiada en su libro “La Comunidad Organizada”. De tal forma, es probable que el General haya obrado en consecuencia. Su ex ministro, médico y amigo, el Doctor Jorge Taiana, relató, que luego de su primer retorno en noviembre de 1972, el General, estaba casi alucinado, con lo que consideraba un “avance descomunal del comunismo en la Argentina”.

Está claro que en dicho “comunismo” el General no incluía al lánguido y reformista PC, sino a toda la Nueva Izquierda surgida entre los sesenta y los setenta. Tampoco se refería claro está, sólo al PRT-ERP, al PCR, a VC o al Clasismo; sino especialmente a “sus muchachos” de las FAR, las FAP, el PB, los Montoneros, la CGTA, los Sindicalistas Combativos y al enorme crecimiento de la figura de Agustín Tosco, como referente de los trabajadores. No trepidó en llamar al Gringo, “el dirigente de la triste figura”, cuando éste apenas había salido de su larga prisión, durante la dictadura. De allí que su accionar aparezca por momentos, esencialmente contradictorio entre su línea económica e internacional, y su política interna de castigó sin piedad a “sus muchachos”.

En esta línea, su decisión de eliminar a Carcagno y Cesio, resultó tal vez, su jugada, más suicida, a sabiendas que el Ejército gorila había sido su principal enemigo por dieciocho años. Él, había prometido a los coroneles Peronistas el mando de las fuerzas armadas durante su exilio. Luego al volver al poder les expresó: “…prefiero un Ejército de generales derrotados y no uno de coroneles victoriosos…”, mostrando una vez más las terribles limitaciones de su “maquiavelismo sin destino”, como alguna vez calificara el Padre Hernán Benítez, a su accionar. Sin embargo, nos parece que la peor de sus acciones, fue su guerra a muerte contra la Juventud Peronista, el Movimiento Montonero y la Izquierda Revolucionaria Peronista en su conjunto, más allá de los graves errores y provocaciones de los muchachos. Ése era el Peronismo que había crecido y madurado en dieciocho años de Resistencia. Era -junto a la Izquierda Revolucionaria- la mayor creación del pueblo argentino en su lucha contra la oligarquía. Sin ellos Perón no se habría movido de Madrid, aun contando con la ayuda de Licio Gelli. Jamás el vandorismo, ni el sindicalismo ortodoxo habrían logrado que Perón volviera al país. Si él había vuelto, lo era debido al accionar de una, o dos generaciones, de trabajadores, militantes y jóvenes heroicos, que decididos a luchar por la dignidad, la libertad, la justicia y la soberanía popular, enarbolaron su nombre como bandera de lucha saliendo a tomar el cielo por asalto.

El pago de Perón a sus jóvenes revolucionarios, a los que debía su presencia en la nación, fue repugnante, y, es tal vez el elemento más deleznable de su larga y fundamental carrera política. El Tercer Perón no estuvo a la altura de lo que el pueblo había hecho por traerlo de vuelta. Por ora parte, su guerra al marxismo y al pensamiento revolucionario dentro del movimiento –que llevó a la renuncia inmediata de Rodolfo Puiggróss a la jefatura de la UBA al conocerse el comunicado del Concejo Superior en ese sentido, hecho también ocultado cuando se habla de Puiggróss- fue nefasto para el devenir del Peronismo.

La castración teórica, que aun hoy, exhibe ese inmenso “gigante invertebrado” que parece poder ir en cualquier dirección, parece tener su explicación en la guerra a muerte que Perón librara contra la izquierda de su movimiento entre 1973 y 1974, cercenando al Peronismo de todo pensamiento revolucionario. Meter al gigantesco movimiento revolucionario popular que se produjo en la Argentina entre 1968 a 1973, en los restringidos, apáticos y limitados márgenes del Pacto Social y la Paz Social, sólo podía terminar en el increíble gobierno peronista de 1989 a 1999, con Cavallo continuando la obra iniciada por Celestino Rodrigo y Ricardo Zinn, anticipando el plan de Martínez de Hoz. Sólo así, se puede entender que el Peronismo en su conjunto –después de haber nacido un 17 de octubre y haber producido un Movimiento de la magnitud de la Resistencia y del Peronismo Revolucionario- haya sido cómplice de la más infame traición a la Patria cometida por el menemismo. Sólo el brutal vaciamiento de contenido, mediante la prohibición del pensamiento que exigió Perón en su Tercer gobierno, puede explicar el Peronismo posterior a la dictadura. Sin la guerra al pensamiento revolucionario que propugnara Perón, no se puede explicar la complicidad descarda, como veremos en estas páginas, de muchos sobrevivientes del genocidio con la entrega de la nación. Pero su más lamentable culpa, carga con el hecho de haber exigido “el escarmiento” sobre la Juventud Maravillosa, entregando a la muerte más atroz a los mejores hijos de la Patria. A la gente que expresaba la maduración de un pensamiento revolucionario que nos hubiera dado otro país.

Esa generación, entregada al suplicio mas atroz por la oligarquía, educada en el terror inquisitorial español y en el disciplinamiento progresista británico; ambos reciclados en la Doctrina de la Seguridad Nacional yanqui. Abandonada y entregada por una conducción infiltrada hasta los tuétanos por los servicios de inteligencia del enemigo, fue también llevada al holocausto por el propio Perón, que volvió al país con una idea de juventud a corregir, tal cual expresara el propio 21 de junio de 1973, luego de Ezeiza: ‘Tenemos una juventud que está mal encaminada...’ O como diría sin ambages, en la reunión con el gabinete del 21 de junio de 1973 en Gaspar Campos, según recordara el ex ministro Jorge Taiana: “…para salvar a la Nación hay que estar dispuesto a sacrificar y quemar a sus propios hijos…”(248)(pag103) (Taiana J.op.cit.2000). Palabras del General, que hasta donde sabemos no poseía hijos.

La responsabilidad guerrillera

Iniciamos este balance por el accionar de Perón, pues pese a que ya nos hemos referido a la irresponsable visita que Quieto y Firmenich realizaran a Madrid antes del segundo regreso de Perón (La Esperanza Rota, De la Campana, 2005), no hemos contabilizado accionar grave alguno de ninguno de los grupos guerrilleros entre el 25 de mayo de 1973 y los hechos de Ezeiza, más allá de algunos secuestros y el Devotazo. Hecho éste último que de ninguna manera puede interpretarse –pese a lo que aun hoy señala la derecha peronista- como ‘accionar subversivo’ y sí, como justicia del pueblo por liberar a sus presos. De cualquier manera, estos hechos no pueden justificar Ezeiza.

En la obra antedicha, hemos desarrollado en extenso nuestra tesis –que no es sólo nuestra- que carga en Perón la responsabilidad clara por los hechos del 20 de junio de 1973. Si bien no creemos que dichos hechos, justifiquen las terribles provocaciones que la izquierda armada –peronista y perretista- realizaría luego de los mismos; corresponde cronológicamente ubicar que el primero que pegó fue el anciano General. A sabiendas seguramente, de que ‘sus muchachos’ caerían en la trampa como lo hicieron, y podría liquidarlos –y junto con ellos a Cámpora y su gobierno- de un solo golpe. Perón sabía además, que Cámpora no haría nada para evitar su accionar, aun en conocimiento de que Perón se moriría en poco tiempo. El Tío jamás enfrentaría al General. De la misma manera cabe preguntarse ¿qué habría ocurrido, si cómo proponían algunos sectores de la Tendencia, no se debía concurrir a Ezeiza, o al menos no disputar en absoluto ningún lugar en la marcha, dejando que el golpe de la derecha peronista cayera en el vacío? Sin embargo –y Perón lo sabía-, estaba en la dinámica de los hechos que ello no ocurriera.

De cualquier manera, hubo quienes –Envar El Kadri, Gustavo Rearte, Bernardo Alberte, Juan Manuel Abal Medina, Agustín Tosco, el general Carcagno y muchos más- aún descontentos con la forma en que Perón se hacía del gobierno, entendían que no había que enfrentarlo y que por el contrario había que buscar la forma de transformar en organización, el enorme poder del campo popular, que debía prepararse para enfrentar el inmenso agujero negro que se produciría -a no dudarlo- a la muerte del Viejo. Sin embargo la irracionalidad –y el accionar hábil de la inteligencia militar, manejada por la CIA y el MI5- llevó a las dos organizaciones político-militares a atacar con acciones armadas descabelladas e injustificadas, al gobierno Peronista, elegido dos veces en seis meses, con el mayor consenso obtenido por partido alguno desde 1955.

Perón fue elegido Presidente en elecciones libres, limpias y puras con el 62% de los votos en primera vuelta, cifra no alcanzada aun por ningún dirigente político argentino. Si bien sus métodos, y el cambio en 180 grados de su discurso del 21 de junio de 1973, no eran gustosos ni agradables, su política económica, su ubicación internacional y estratégica, no dejaban dudas que su gobierno era un golpe de timón a las políticas de la dependencia y del control oligárquico, llevadas adelante desde 1955. Hoy resulta claro que conducciones más maduras –y más enraizadas en el pueblo- habrían comprendido la necesidad de buscar una tregua y un acuerdo con el anciano General, que seguramente, éste gustoso habría acordado, pues era el papel que deseaba en su último tramo de vida. Sin embargo, ni Santucho –ni el resto de sus compañeros de la conducción restringida del PRT-ERP- ni Quieto ni Firmenich –ni otros en la conducción Montonera- pudieron o quisieron pensarlo así. De tal forma, el último intento de gobierno de Liberación Nacional, del siglo XX y lo que va del XXI, se desarrollaría no en los marcos de un Frente de Liberación nacional ampliado como proponía –no con los mejores modales, es cierto- Perón, sino en los marcos fraticidas de una guerra civil entre sectores populares que debían estar unidos frente a un enemigo poderoso, agresivo y acorralado en el resto del mundo.

Como gran mérito del General debe ubicarse, que a diferencia de su Primer gobierno, esta vez Perón pasó por arriba de la ahistórica conducción del PCA, y buscó el acuerdo con los soviéticos directamente con ellos –a través de Gelbard- para completar la industrialización y la infraestructura estratégica y energética de la nación. No de otra cosa se trataba el plan Perón-Gelbard, llamado Plan Trienal, y que nos hubiera puesto a la cabeza del desarrollo industrial independiente de América Latina; con el campo Socialista europeo –en 1973, dieciséis años antes de su colapso-, como compradores privilegiados de nuestra industria liviana a cambio de alta tecnología, industria pesada, infraestructura y desarrollo energético para completar nuestro desarrollo, por lo que restaba del siglo XX. Así, la Argentina ocuparía hoy con creces, el lugar de Brasil. Nuestra población sería de no menos de 45 a 50 millones de habitantes, y seguramente tendríamos un pueblo próspero, alimentado, saludable, educado feliz. Cuando Leonid Brezhnev expresó en Moscú a Gelbard, en 1974: ‘allí donde vaya la Argentina irá América Latina’, sabía de que hablaba.

También lo sabían los Estados Unidos, que al mismo tiempo, apoyaba incondicionalmente a la dictadura brasileña, pactando con sus gorilas militares y empresarios el desarrollo de un Brasil industrial, bajo control de las multinacionales, y, sin poder sindical, ni beneficios sindicales ni sociales por un largo tiempo. Un Brasil de las multinacionales que contrapesara la Argentina Estatal Peronista. Kissinger respondió a Brezhnev, casi en los mismos días: “allí donde vaya Brasil, irá América latina” Esta vez para desgracia nuestra y de muchos pueblos, Kissinger ganó la pulseada, no sin una clara intromisión imperialista en nuestro suelo, tal cual lo preanunciara el académico británico-canadiense H. Ferns, con cuya expresión terrible comenzamos este libro y con una matanza de varios cientos de miles de latinoamericanos.

El tiempo de los Setenta terminó. Se llevó a Perón, a la generación revolucionaria y produjo la mayor derrota del pueblo argentino después de Pavón, devolviéndonos al estado colonial. La inmolación de la juventud revolucionaria, a través de su autodestrucción y del accionar genocida y terrorista de unas fuerzas armadas -que también decidieron autodestruirse, asumiendo su parte del deseo de Ferns, transformándose abiertamente en fuerzas de ocupación de su Patria, con su pueblo como enemigo-, nos han retrotraído a situaciones que habían sido superadas durante el período 1945-1975. En el exterminio de la generación revolucionaria, en la destrucción del movimiento obrero como corazón y médula de la organización del pueblo argentino, se puede entender que la nueva rebelión del pueblo argentino, que pusiera fin a esta etapa de derrota, la de diciembre de 2001, no encontrara un sostén político en que apoyarse y finalmente fuera heredada por una nueva reformulación liberal-keynessiana del Peronismo.

Al ser exterminadas las dos principales expresiones construidas por el pueblo en el largo ciclo 1955-1975; es decir, el Peronismo Revolucionario y la Izquierda Revolucionaria, lo único que estaba en condiciones de salir al encuentro de ese potente y magnífico –como lo han sido siempre las rebeliones de nuestro pueblo, desde 1780 a la fecha- movimiento popular expresado en ‘piquetes y cacerolas’, era la vieja izquierda sobreviviente de la derrota de los Setenta. La vieja izquierda en sus distintas vertientes –comunistas, estalinistas, trotsquistas, maoístas y todas las combinaciones posibles- ya estaba incapacitada de generar nada nuevo, en 1973. Por eso fue superada por la llamada Nueva Izquierda que originara las dos formas revolucionarias a que hacíamos referencia. Producido el estallido, ni el PC, ni el PO, ni el MST, ni el PTS, ni el PCR, ni las miles de siglas más que podemos seguir invocando, estaban en condiciones de entender de qué se trataba. No se trataba de discutir como pasar de ‘1905 a 1917’, o de ‘Febrero a Octubre’ en Rusia, como proponían exaltados jóvenes militantes del PO, del MST, del PTS, del MAS ante multitudes de vecinos, que los contemplaban azorados, sin saber a qué se referían.

Vecinos que se retiraban de las Asambleas Populares espantados por las discusiones sobre Trotzky, Lenin o Lunacharsky. Asambleas populares y piquetes, que habían logrado juntar más de cuatro millones de personas en las calles de Buenos Aires y el conurbano, espantando a Donald Rumsfeld -por entonces ministro de defensa de George W. Bush- quien proclamaba horrorizado: ‘El problema de la Argentina, no es la crisis financiera. El problema de la Argentina es toda esa gente en la calle’. No se trataba de Lenin o Trotzky, sino sólo de pensar en Castelli, en Artigas, en Moreno, en Yrigoyen , en Alem, en Perón, en Evita, en Ongaro, en Tosco, que habían ocupado esas mismas plazas en otros momentos de lucha del pueblo, en reclamo de su libertad. Se trataba de recordar aquello que había expresado alguna vez, Antonio Gramsci: ‘los pueblos marchan con toda su historia encima y suelen retomarla allí donde la dejaron...’ Ello era tan evidente en las marchas y barricadas porteñas del 19 y 20 de diciembre, que las mismas se realizaban en los mismos sitios que en 1945 o en 1970, que casi causa vergüenza recordarlo. Se trataba simplemente de eso pero... como expresara Rodolfo Walsh, en un documento citado al final de estas páginas, la izquierda argentina, en todas sus variantes, no podía siquiera pensarlo...

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