“Un día vendrán los hombres sencillos de esta tierra...”
“Nosotros les prevenimos que algún día vendrá el hombre sencillo de la Patria a interrogar a sus militares en actividad y en retiro. No los interrogarán sobre sus largas siestas después de la merienda, tampoco sobre sus estériles combates con la nada, ni sobre su ontológica manera de llegar a las monedas, no sobre la mitología griega ni sobre sus justificaciones absurdas crecidas a la sombra de la mentira..."
"...Un día vendrán los hombres sencillos de esta tierra, aquellos que fueron sus soldados, a preguntar que hicieron cuando la Patria se apagaba lentamente, que hicieron cuando los pobres consumían sus vidas en el hambre y la de sus hijos en la enfermedad y la miseria, que hicieron cuando los gringos vinieron a imponernos esa nueva forma de vida ‘occidental’ que todo lo corrompe y compra el dinero. Quizás para ese momento, la vergüenza que provoque el silencio como respuesta, no sea suficiente como castigo...”.
Con palabras como estas, Bernardo Alberte rechazaba en 1969 acogerse a un decreto del dictador Onganía que permitía la reincorporación de militares peronistas dados de baja -como él- luego del derrocamiento de Perón. Después de la victoria popular del 11 de marzo de 1973, y al asumir la Presidencia de la Republica Héctor J. Cámpora en uno de sus primeros decretos reincorporo a Bernardo Alberte al ejército con el grado de Teniente Coronel en retiro. No era la primera vez, ni seria la ultima, que el destino de Alberte se cruzaba con los triunfos y las derrotas populares.
Nacido en 1918, se graduó como Subteniente a los 21 años con las mejores calificaciones de su promoción. Cuando a comienzos de octubre de 1945 el entonces Coronel Perón fue destituido y encarcelado, el joven oficial salió en su defensa. Arrestado en Campo de Mayo, acusado de promover la insubordinación de la Escuela de Infantería, fue con el levantamiento popular del 17 de Octubre que Alberte recupero su libertad y su empleo. Ya con el grado de Mayor, en 1954, fue designado edecán del Presidente. El 16 de junio de 1955 cuando la aviación naval bombardeo el centro de Buenos Aires y ataco la Casa Rosada con el propósito de asesinar a Perón, Alberte fue uno de los militares que encabezo la defensa. En septiembre, al producirse el nuevo y definitivo levantamiento, entablados los combates entre tropas leales y rebeldes, iba a ser partidario de resistir hasta las últimas consecuencias. Permaneció junto al Presidente hasta que Perón decidió renunciar. Entonces los golpistas lo encarcelan en represalia por haber cumplido con su deber militar y constitucional. Compartió en Ushuaia la prisión con otros destacados dirigentes peronistas y fue liberado a fines de 1956. Citado por el Comando en Jefe del Ejército, no quiso presentarse ante sus verdugos. Declarado en rebeldía se vio obligado a buscar refugio en Brasil, donde permanecía exiliado cuando fue dado de baja por los militares golpista.
En marzo de 1957, desde Río de Janeiro escribe a Perón, entonces radicado en Caracas, Venezuela, haciendo un balance de los acontecimientos del 55: “Que los militares eran los que constituían la masa del ejército que le permaneció leal hasta el último día de su gobierno, pese a las defecciones y traiciones conocidas de las que no se escaparon de cometerlas también civiles; que ese Ejército que le era leal con la cooperación del pueblo, con la que siempre se sintió estimulado, pudo haber vencido a los rebeldes si se hubiera dispuesto a enfrentar la guerra civil y sufrir los bombardeos y destrucciones que estaba dispuesta a realizar la Marina. Guerra civil y destrucciones, o algo similar que ahora, muy probablemente, tengamos que aceptar como única solución para liberar a la Patria de los sátrapas que la quieren gobernar”.
Tras el pacto con Perón que permitió a Frondizi alcanzar la Presidencia, en 1958 fue sancionada una ley de amnistía que le permitió a Alberte regresar al país. Como no era hombre de deprimirse- al comienzo de su exilio brasileño supo ganarse la vida como vendedor ambulante de ropa femenina- ya en Buenos Aires instaló una tintorería a la que llamó “Limpiería” y que con el tiempo se haría popular a causa de las actividades de su dueño.
Corría 1965 cuando el dirigente metalúrgico Augusto Vandor comenzó a disputarle abiertamente a Perón el control de su Movimiento. Desde su exilio en Madrid, el General envió a su esposa Isabel para contrarrestar el avance vandorista. La casa particular de Alberte sirvió de refugio a la viajera en determinado momento de su estadía. En junio de 1966, en vísperas del derrocamiento del presidente Illia, Isabel volvió a Madrid. Pocos días después Vandor, Alonso y otros sindicalistas, asistían en la Casa Rosada a la asunción del dictador Onganía, a quien el periodista Mariano Grondona comparaba con el presidente de Francia general Charles De Gaulle. Y mientras el capitán-ingeniero Alzogaray, designado embajador en Washington, proponía proclamarlo monarca, Vandor y sus amigos prefería verlo como un nuevo Perón.
Perón, “El Viejo”, el auténtico líder, a comienzos de 1967 nombra a Alberte -su antiguo edecán- Delegado y Secretario General del Movimiento Peronista. Alberte puso fin a la etapa de “desensillar hasta que aclare”, y desafiando las persecuciones desatadas por la dictadura, en poco más de un año puso en pie a un Movimiento que estaba postrado y dividido, dando particular intervención a la juventud.
Debió enfrentar las tendencias conservadoras y burocráticas dentro del peronismo, tanto en su sector político como gremial. Su gestión política fue determinante para el surgimiento en marzo de 1968 de la C.G.T. de los Argentinos, central obrera que creó un nuevo instrumento de lucha sindical, y donde actuaron entre otros: Raimundo Ongaro, Jorge Di Pascuale, Agustín Tosco, Atilio López, Rodolfo Walsh e Hipólito Solari Irigoyen, es decir, sindicalistas, peronistas, radicales, izquierdistas, etc.
La política seguida por Alberte fue de lucha frontal contra el régimen de Onganía y de apertura a los sectores sociales y políticos que se le oponían. Uno de sus resultados fue el acercamiento de la masa estudiantil al movimiento obrero a través de la C.G.T. de los Argentinos. Así se logró arrinconar al "participacionismo", abriendo una nueva perspectiva en el panorama político argentino que desembocaría en el Cordobazo de 1969. Pero para entonces Alberte ya no ocuparía el cargo de Delegado, al que renunció en marzo de 1968. Perón designó en su reemplazo a Jorge Daniel Paladino, personaje al que el mismo Perón acusaría, en 1971, de haberse transformado en un agente del dictador Lanusse.
Bernardo Alberte, en cambio, siguió en la misma línea, compartiendo posiciones con John William Cooke y Gustavo Rearte. A pocos meses de su renuncia editó el periódico Con Todo, portavoz del peronismo revolucionario, y salió públicamente en defensa de los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) arrestados en Taco Ralo, Tucumán, en septiembre de 1968.
Durante el congreso clandestino celebrado por el peronismo en Córdoba en enero de 1969, Alberte pronunció un discurso que obtuvo mucha repercusión. “Hay que dominar la estrategia mejor que los generales que la emplean para oprimir y sojuzgar y que en nuestras manos debe servir para liberarnos. En esta época de transición entre el capitalismo y el socialismo, entre el miedo y la libertad, entre lo que cae y lo que viene, hay que ser un hombre de acción para ser digno de la conducción de las masas populares”.
Al hablar en el cementerio de la Chacarita, el 22 de julio de 1971, después del secuestro y asesinato de Juan Pablo Maestre y su esposa Mirta Misetich, Alberte reveló que ambos eran militantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), reivindicando como combatientes a quienes hasta entonces sólo aparecían ante la opinión pública como víctimas de la represión ilegal.
En 1973, las vísperas del retorno del Peronismo al gobierno, Alberte observaba el futuro con prevención: “A esta altura de la situación ya se ha puesto en evidencia (...) la trampa de la Junta Militar cuyo objetivo es integrar al Peronismo al sistema con la finalidad de crear un gobierno favorable al continuismo. (...) Pero aunque no prevaleciera la maniobra oficial, si pasando por encima de los ardides tramados (...) triunfara un gobierno no dispuesto a mantener la línea continuista, la trampa le estará esperando siempre”.
Coincidía su visión de los acontecimientos con la de Gustavo Rearte. Y cuando la “primavera” de Cámpora agonizaba, a comienzos de julio de 1973, tuvo que volver Alberte a la Chacarita para despedir los restos de uno de los fundadores de la Juventud Peronista -Gustavo-, derribado prematuramente por el cáncer, como cinco años antes lo fuera Cooke. Quiso el destino que don Bernardo confortara a los dos en sus últimos días, como amigo y compañero.
No ocupó Alberte cargo alguno en los gobiernos peronistas que se fueron sucediendo. Se mantuvo en un segundo plano hasta 1975. Entonces se puso a la cabeza de la Corriente Peronista 26 de Julio, acompañado entre otros por Susana Valle, y salió a denunciar frontalmente al golpismo que se avecinaba. “Sabemos que desde las estructuras del Movimiento y del gobierno, hubo y hay quienes desvirtuaron y desvirtúan los contenidos del Peronismo -cuando no los traicionaron-; los hemos señalado oportunamente -cuando el silencio gorila callaba las acciones de López Rega- y los seguimos señalando”.
Pocos días antes del golpe, la represión ilegal desembozada irrumpía en las oficinas céntricas donde funcionaba la Corriente 26 de Julio con el evidente propósito de secuestrar a Alberte. Pero esta vez los paramilitares fallaron en su intento.
En la víspera del 24 de marzo dirigió una memorable carta a Videla, poniendo en evidencia la responsabilidad de las Fuerzas Armadas en la represión ilegal, que acababa de cobrarse la vida de un joven colaborador suyo, Máximo Altieri.
Horas después, en momentos de producirse el golpe militar, efectivos uniformados del Ejército y la Policía Federal irrumpieron en el domicilio de Alberte, derribando la puerta con sus armas y profiriendo insultos y amenazas. Sin poder ejercer defensa alguna, ante el despliegue desmesurado de efectivos y armas utilizadas, don Bernardo fue arrojado al vacío desde una de las ventanas de su departamento. Al caer a un patio de la vivienda del primer piso, su morador, el Dr. Herrera, ex juez y otros testigos que presenciaron el hecho, fueron amenazados con armas largas para que silenciaran lo visto. En tanto el cuerpo de Bernardo Alberte yacía exámine, su casa era violada y saqueada, intimidándose a sus familiares con armas de fuego.
Sus familiares iniciaron antes la Justicia una querella al responsable del Ejército, el general Videla, pero se encontraron con jueces que se declaraban incompetentes pese a tener pruebas suficientes para esclarecer el hecho. Así se dieron trágicas anécdotas como la del Juez Rafael Sarmiento que, cuando el abogado patrocinante de la familia le dijo que a Alberte lo habían tirado con vida por la ventana, contestó “¿Y con eso...? A todos los peronistas habría que tirarlos por la ventana”. O la del Juez Juan Bautista Sejean, que le confesó al propio hijo de Alberte que tenía miedo de investigar y por eso se declaraba incompetente.
Don Bernardo era consciente de los riesgos que corría al decidir permanecer en su hogar la noche del golpe. Complejo sería intentar describir el entrecruce de razones y sentimientos que pudieron llevarlos a desoír la voz del sentido común que estaba acostumbrado a desafiar con valentía. Los generales que ordenaron su asesinato debían de conocerlo bien, sabían que combatiría a la dictadura con todo el peso de su prestigio y coraje.
Fuente: Revista El Descamisado
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