Para Frondizi, todo era muy claro:
- En aquella época, cuando aún no existía la OPEP (creada en 1960), los “monopolios imperialistas” –como él mismo los había llamado en su libro Petróleo y Política-- dominaban el mercado petrolero mundial. Era un grupo formado, principalmente, por las Siete Hermanas: Esso, Standard Oil, Standard Oil de Californa (luego Chevron), Gulf Oil, Texaco, Shell y APOC (luego British Petroleum),
- La Argentina no podía seguir comprando, a esos monopolios, petróleo extraído en otras partes del mundo. Sólo en 1957, había tenido que pagarles US$318 millones.
- Tampoco se podía vender YPF a los propios monopolios. Dueños del petróleo argentino, ellos lo incorporarían a sus redes mundiales de reservas; y lo explotarían según su conveniencia. Podrían mantener pozos inactivos aquí, y forzar a que la Argentina siguiera importando. Sus intereses no tenían por qué coincidir con las necesidades de la Nación.
Al lanzar su “batalla”, el 24 de julio de 1958, Frondizi anticipó: “Recurriremos a la cooperación del capital privado, sin dar lugar a concesiones ni a renuncia del dominio del Estado sobre nuestra riqueza petrolífera”.
Para eso, tomó cuatro medidas:
1) Nacionalizó el petróleo. La ley 14.773, sancionada a instancias del Ejecutivo, estableció que los yacimientos de petróleo y gas existentes en el territorio y plataforma submarina eran “bienes exclusivos, imprescriptibles e inalienables del Estado nacional”. Se respetaban los derechos adquiridos bajo la ley ley ante rior, para evitar gravosas indemnizaciones; pero nunca más un privado recibiría una concesión petrolera.
2) Otorgó el monopolio a YPF, Gas del Estado e YCF. La misma ley estableció que la “exploración, explotación, industrialización, transporte y comercialización” estaría a cargo exclusivo de YPF, Gas del Estado y Yacimientos Carboníferos.
3) Potenció YPF. Obtuvo un crédito internacional de US$250 millones para modernizar la empresa, que fue racionalizada, reorganizada y reequipada.
4) Alquiló servicios. Ofreció al sector privado la posibilidad de vender servicios a YPF. No llamó a licitación: los “monopolios” (que querían proveer petróleo, no servicios) la habrían saboteado. Frondizi mandó a buscar potenciales contratistas, y cerró acuerdos con pequeñas petroleras extranjeras, firmas argentinas (como Astra y Siam Di Tella), un banco de inversión (Loeb, años más tarde vendido a American Express), y estados, como la Unión Soviética. A todos les propuso perforar pozos por cuenta de YPF, donde ésta indicara; o suministrar, a la propia YPF, créditos y equipos. Todo pagadero a plazos y, en parte, con pesos. Los contratistas debían financiar las operaciones, pero la rentabilidad prometida era alta. Eso permitió conseguir un número suficiente de interesados. La Pan American Oil Co. –subsidiaria de la Standard Oil de Indiana— comprendió que, si no se aceptaba las reglas del juego, quedaba fuera. La Argentina no importar&iacut e;a más petróleo, y el único negocio posible era perforar aquí por cuenta del Estado. Es lo que hizo.
El plan dio un resultado sorpendente. No sólo por efecto directo de los 13 contratos que se firmaron; también porque YPF –potenciada y libre de cargas que transfirió a los contratistas— se concentró, con creciente eficiencia, en las áreas más ricas.
Entre 1957 y 1962, la producción petrolera argentina pasó de 5,4 millones de metros cúblicos a 15,6. La de gas trepó aun más: de 1,41 a 6,17.
En ese período YPF perforó, por sí sola, casi tantos pozos como había perforado desde su creación.
El “general” que comandó la “batalla del petróleo”, Rogelio Frigerio, sostenía: “Para saber si una política es nacionalista o no, hay que analizar sus resultados”. Con ese criterio, no hay duda: Frondizi practicó el verdadero nacionalismo. Cuando lo derrocaron, en 1962, el país ya casi se autoabastecía de petróleo: ese año, importó sólo 1 barril por cada 13 que extrajo de su territorio.
Arturo Illia --quien asumió en 1963 y presidió, en otros aspectos, un gobierno ejemplar— cometió el error de anular los contratos petroleros.
No sólo hubo que indemnizar a las contratistas. En poco tiempo, se perdió el autoabastecimiento.
Luego vino la dictadura de Juan Carlos Onganía, que abolió el monopolio de YPF, restituyó el régimen de concesiones y siguió importando petróleo.
El modelo frondicista (participación privada, pero bajo dirección estatal) volvió a tener vigencia con la llegada de Raúl Alfonsín al poder.
En 1985, él lanzó el Plan Houston, que permitió la exploración intensiva de 185 áreas.
Dos años después, me confió el Ministerio de Obras y Servicios Públicos, del cual dependían la Secretaría de Energía e YPF. Hacía falta, todavía, multiplicar la producción. La Argentina no dejaba de importar petróleo.
En 1988 formé –con el decidido aval del Presidente-- cientos de uniones transitoria de empresas. YPF tenía la mayoría, y decidía dónde operar; pero los socios privados aportaban el capital de riesgo y la tecnología. El plan, ejecutado por Horacio Losoviz y Daniel Montamat, tuvo resultados óptimos: en 10 meses, las inversiones aprobadas sumaron US$350 millones. Pese a la crisis económica nacional, YPF no tuvo déficit y el país alcanzó un récord histórico de producción. Volvió, así, el autoabastecimiento.
Se había probado, una vez más, la tesis de Frondizi: no podíamos prescindir del capital privado, ni confiar en la libre empresa.
Sin embargo, en la década del 90, Menem decidió privatizar YPF. Kirchner –entonces titular de la Organización Federal de Estados Productores de Hidrocarburos (OFEPHI)-- presionó a senadores y diputados de las provincias petroleras para que aprobasen semejante privatización (Clarín, 23.9.1992).
Entre 1993 y 1999, YPF fue traspasada a Repsol: una petrolera sin petróleo que, en su país, se dedicaba a refinar crudo importado. El precio total fue de US$ 15.168 millones de dólares. Con ese dinero, hoy Repsol no podría comprar ni 152 millones de barriles. En cambio tiene, entre petróleo y gas, 3.646 millones: 24 veces más. Todo gracias a los negocios que YPF le permitió hacer en diversas partes del mundo.
La Argentina, mientras, importa gas; y a corto plazo podría ser, otra vez, importadora neta de petróleo. Es la multa que paga por no haber mantenido, constante, el rumbo que marcó Frondizi.
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