Las empresas pueden ser rentables y, a la vez, responsables
En la segunda mitad del siglo XX hemos sido testigos de una serie de profundos cambios socio-culturales que han venido a configurar la Postmodernidad, un cambio épico que reacciona al proceso de racionalización que caracterizó al mundo occidental en la Modernidad. Esta progresiva racionalización se expresó como la lucha entre el mercado y el Estado, del cual los hombres eran meros instrumentos al servicio de intereses expresados en términos de dinero y poder. Consecuentemente, las estructuras sociales, en especial la empresa, fueron una manifestación de esta pugna impersonal que aleja a las personas de la fuente de sentido, el mundo entrañable de las solidaridades básicas donde pueden manifestarse tal cual son.
La empresa moderna es, sin lugar a dudas, el protagonista de la configuración social actual, y congrega en su seno los intereses de los más diversos sectores de la sociedad. En este sentido, podemos decir que se produce una especie de convergencia natural, real o fáctica, que exige que la empresa amplíe su concepto de responsabilidad. Así, la responsabilidad, originariamente como capacidad de respuesta, fue evolucionando hacia una concepción más amplia, de la mano de lo que se conoce como “Responsabilidad Social Empresaria” (RSE) y que es una expresión de la forma en que la empresa se relaciona con la comunidad en que está inserta, ya no solo como respuesta sino también como anticipación. Es social porque busca responder a todos sus grupos de interés (que son los distintos representantes de la sociedad) y es empresaria porque proviene de la misma empresa. En el centro de esta responsabilidad ampliada se encuentra la misión que cada empresa tiene, su razón de ser, y la exigencia de ser congruente con su trayectoria, su proyecto y con los valores morales.
Los modelos teóricos organizacionales, han ido evolucionando de sistemas mecánicos a sistemas vitales, que contemplan a la organización como una institución que se relaciona de manera dialógica con su público interno y externo, que sabe escuchar y atender sus necesidades, ofreciendo los bienes y servicios que forman la base del bienestar y siendo fuente de trabajo que es la forma de alcanzar la plena realización.Una organización se institucionaliza cuando introduce los valores a sus sistemas y procesos, dando lugar a una nueva convergencia, esta vez de tipo fundamental, que sólo es posible en la medida en que la ética sea el fundamento de esta congruencia. La ética es un fuerte cohesivo social, y permite que las comunidades y las personas puedan alcanzar sus fines verdaderos, aquellos que los perfeccionan como tales.
La RSE, concepto que adquiere varios matices, pero que puede considerarse, sin pérdida de generalidad, como el esfuerzo continuado de todas las personas que conforman una organización –en especial de los directivos- por responder de manera ética a los desafíos de su accionar, ha sido la expresión de esta “nueva sensibilidad” que alcanza todos los sectores de la vida social. Hay muchas definiciones de este concepto, que puede considerarse más bien un campo conceptual, desde que admite tantas variables y perspectivas. Sin embargo, para que realmente sea una manifestación de verdadera humanidad, no puede pensarse sin referencia a la ética y al bien humano. Así, la forma en que debe implementarse la RSE es “humanizando” los ambientes y las relaciones empresarias, de manera que puedan ser un lugar donde las personas puedan alcanzar la satisfacción de todas sus necesidades, aún las afectivas, que se logran de manera espontánea cuando se considera el trabajo como expresión de amistad.Estamos siendo partícipes de una nueva sensibilidad, que valora cada vez más la cooperación en lugar de la competencia, haciendo de la sociedad un sistema de solidaridades recíprocas en lugar de una lucha por la supervivencia. El desafío que se nos presenta es el desafío de la integridad, en su doble sentido, ético y de unidad. Cuando la sociedad se proyecta sobre estas bases, que son los fundamentos del bien común (querer el bien de todos y querer bien a todos), la justicia social queda enmarcada en un valor más importante y superador: el de la amistad o servicios mutuos.
La empresa tiene en sus manos la posibilidad de contribuir activa y positivamente al desarrollo sostenible, pero para ello, debe aceptar sin vacilar que no existe mejor negocio –incluso en términos económicos- que responder de manera ética a todos los desafíos que se le presenten, y esa es la única forma en que puede ejercer la RSE de manera verdadera, cuando trasciende sus propios intereses en vistas de un interés mayor del cual participa: el bien común.
Por Germán Scalzo
Director ejecutivo de MoveRSE de RosarioEspecial para www.info341.com
lunes, 25 de agosto de 2008
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