Rotas cadenas, olvidadas cadenas
Esta es otra de esas historias que no nos cuentan en la escuela, esas a las que apenas hacen referencias los libros y manuales.
Estas historias, no convienen ser contadas, porque demuestran que enfrentando a los imperios es posible derrotarlos. Así se forjó nuestra soberanía, con la inteligencia y la bravura del pueblo, aplastando la superioridad militar de las mayores potencias extranjeras. Aquella sangre derramada en defensa de la patria, hace tiempo, es lavada todos los días, como si fuera vergonzante. En realidad es un trabajo conveniente para el enemigo.
No es vergüenza, es interés en que no sepamos que podemos ser grandes, libres y soberanos.
Los intelectuales, los periodistas y otros cómplices actúan como cipayos –hasta gratis- por sólo ser reconocidos por el poder imperial. La recuperación de Malvinas, es un hecho reciente que sirve como muestra, de cómo se escribe la historia oficial de los alcahuetes.
Nadie les cuenta a nuestros chicos que podíamos ganar. Nadie cuenta, salvo tímidas voces, que los ingleses la pasaron muy mal en nuestras islas, a excepción, raro chiste de la historia, de los propios ingleses que combatieron, como podemos leer en el libro escrito por el general Julián Thompson, al que no le contaron la guerra los intelectuales argentinos, él la sufrió (se recomienda la lectura de “No Picnic”).
Se calla la realidad, se cuenta a medias, nadie dice por que el Teniente Coronel Aldo Rico fue un héroe, nadie cuenta la verdad sobre los comandos en combate, sí lo reconocen sus propios enemigos, los que lo sufrieron.
No conviene, es peligroso que el pueblo sepa. Es peligroso un pueblo informado y capaz de exigir sus derechos. Conocedor de sus posibilidades reales se crea con derecho a desarrollar planes que beneficien al país. No son cuentos, fue realidad; en los `50 fuimos una potencia mundial entre otras áreas, en la tecnología de punta; desarrollamos el Pulqui II, entre los avances logrados, pudimos poner un ser vivo en órbita y lo bajamos “vivito y coleando”. También desarrollamos el misil Cóndor entre otros muchos logros.
Esta es una de esas historias que no conviene contar, no vaya a ser cosa que se despierte en nosotros el espíritu de lucha, y se nos ocurra andar por la vida enfrentando potencias extranjeras, reclamando lo que nos conviene, sin pedirle permiso a nadie, y haciendo revoluciones a troche y moche; no conviene, claro, a quienes nos dominan; a veces por la fuerza, otras, por el miedo y desde hace un tiempo por la desinformación.
El 20 de Noviembre de 1845, heroicos criollos, que no tuvieron miedo, y si lo tuvieron se la aguantaron, escribieron una página fundamental en la construcción de nuestra Soberanía. Claro, no existían la televisión, ni las radioemisoras, tampoco los diarios de tirada masiva y además eran casi analfabetos, lo que los salvó de enterarse que debían tener julepe. De puros desinformados, cerraron el Paraná a las tropas invasoras de Francia e Inglaterra – las mayores potencias militares de la época- , y se dispusieron a ser valientes, sin haber leído ningún manual. El General Mansilla, con un grupo de animosos soldados inconscientes de sus posibilidades, le hacía frente a la poderosa flota anglo-francesa, que pretendía remontar aguas argentinas.
Caía Napoleón en Waterloo, y las potencias ganadoras, se lanzaban a redistribuir el mapa, histórica costumbre de lo imperios, EEUU invadía México, dejando a Francia e Inglaterra con la ganas de apropiarse de ese territorio.
Francia, Inglaterra y la naciente potencia del norte de América, se encontraban en plena expansión. Los primeros, tenían sus ojos puestos en esa región de México, pero estos objetivos que fueron dejados de lado para no entrar en una confrontación militar con la nueva potencia, que venía naciendo. Además, entre bomberos, no se iban a pisar la manguera, mejor se juntaban, y encaraban para otro lado.
Se aliaron, entonces, para intervenir militarmente en el sur del continente, con el objeto de imponer sus intereses comerciales. Inglaterra no podría cultivar su algodón en Texas, entonces, lo intentaría en los campos argentinos.
El “compañero” Juan Manuel de Rosas, por ese entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, había promulgado la ley de aduanas, imponiendo fuertes aranceles a la navegación de buques extranjeros, medida que resultaba poco simpática a los invasores que ya en aquellos años tenían sus amigos, que casualmente – como hoy- eran los mejores instruidos… por el enemigo. Aquel 20 de noviembre, un séquito de noventa navíos mercantes, custodiado por buques de guerra ingleses y franceses, pretendía remontar el Río Paraná, ignorando la soberanía argentina, para llevar su mercadería a las provincias del litoral y al Paraguay. El propósito era ocupar los ríos interiores con sus flotas, controlando así, la “libre navegación' del Plata (libre para ellos, se entiende). Montevideo sería en este esquema, una factoría comercial para ambas potencias invasoras.
Por orden de Rosas, se preparó la defensa a lo largo de las costas del Paraná. La principal custodia se encontraba en la Vuelta de Obligado. Allí, el General Mansilla hizo colocar de costa a costa, sobre 24 lanchones tres gruesas cadenas para impedir el paso de las embarcaciones. Dos mil hombres con escaso armamento, fueron ubicados en las trincheras y se colocaron baterías en el lugar. El combate se inició a la madrugada con bajas numerosas del lado patriota. Los pequeños cañones de la defensa no tenían posibilidades contra la magnitud del fuego invasor. Un ejército fogueado con el armamento más moderno y en cantidades abrumadoras, chocaba con una sorpresiva custodia de la zona, empleando sólo garra y furia patriota; pocas armas de fuego; lanzas; facones y gran movilidad en base a su caballada con la que atacaba a la infantería extranjera. Cuando se disparó el último cañonazo desde las defensas, cuando ya no tenían más balas, el gauchaje arremetió con lo que les sobraba; determinación para morir peleando contra un enemigo infinitamente superior. Las horas pasaron, revueltas entre la lucha sin cuartel de parte de nuestros criollos que a pesar de la gran cantidad de muertos y heridos no daban ni pedían piedad. La determinación de morir peleando antes que ser esclavo, pocas veces se pudo apreciar como en esta sangrienta y feroz batalla. Los agresores, por su parte, sufrieron graves averías en sus naves, lo que obligaron a la escuadra a quedarse 40 días en Obligado, para reparaciones de urgencia.
Las secuelas de la batalla tuvieron tal repercusión en toda América, que países que hasta ese momento luchaban contra Rosas, comenzaron a dudar de sus propios sentimientos hacia sus amigos europeos.
Las olvidadas cadenas de la patria que impidieron el paso de los invasores, se encuentran hoy en el mismo lugar dónde la gesta fuera llevada a cabo, en el partido de San Pedro, provincia de Buenos Aires. Herrumbradas y relegadas, tanto como lo que simbolizan.
Cuándo me enteré que este sitio histórico se encontraba en un total estado de abandono, pensé nuevamente en la necesidad de hacer algo, lo que sea que esté a nuestro alcance.
Nada puede ser más trágico para los destinos de un pueblo que perder la memoria, y ningún olvido puede ser peor, que el que se aplica a la sangre derramada en la lucha por la Patria.
Natalia Jaureguizahar
“Agrupación Arturo Jauretche”
jueves, 7 de agosto de 2008
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