¡Viva el cáncer!, escribió alguna mano enemiga en un muro de Buenos Aires.
La odiaban, la odian los bien comidos: por pobre, por mujer, por insolente.
Ella los desafía hablando y los ofendía viviendo.
Nacida para sirvienta, o a lo sumo para actriz de melodramas baratos.
Evita se había salido de su lugar.
La querían, la quieren los malqueridos; por su boca ellos decían y maldecían.
Además Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia.
Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón.
No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban.
No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina.
Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos desfila el pueblo llorando.
Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo.
Suspiran aliviados los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra.
Eduardo Galeano
1952 - 26 de julio - 2008
La odiaban, la odian los bien comidos: por pobre, por mujer, por insolente.
Ella los desafía hablando y los ofendía viviendo.
Nacida para sirvienta, o a lo sumo para actriz de melodramas baratos.
Evita se había salido de su lugar.
La querían, la quieren los malqueridos; por su boca ellos decían y maldecían.
Además Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia.
Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón.
No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban.
No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina.
Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos desfila el pueblo llorando.
Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo.
Suspiran aliviados los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra.
Eduardo Galeano
1952 - 26 de julio - 2008
1 comentario:
Gracias Francisco Peaucelle por la reproducción del escrito de Eduardo Galeano enviado.
Un detalle: en mi gusto hubiese preferido la foto de Eva con que lo envié (u otra) al del gorila real reproducido. Tan sólo una preferencia, aunque tal vez debida al dolor de estómago que me producen estos bichos en su versión humana.
Un gusto y saludos cordiales.
Juan Carlos Vimo
Rosario, 11-08-08
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