sábado, 18 de octubre de 2008


Nota realizada por el Diario Crítica a León Rozichner referida a los medios de comunicación.

León Rozichner


-En alguna oportunidad, usted dijo que todos los medios de comunicación, en especial la prensa gráfica, dicen lo mismo y de igual modo, ¿por qué?

Todos los medios, salvo algunos muy pocos, forman parte de una gran estrategia de dominio económico, religioso y político. Dejan intersticios, es cierto, y éste es quizás uno desde el que ahora estoy contestando sus preguntas. El objetivo al que apuntan los media es el dominio del hombre: distorsionar el poder unitario del cuerpo pensante e imaginario para adecuarlo a esas necesidades ajenas. Los medios nos seducen o inquietan: nos ordenan a su gusto mientras nos desorganizan. Al hombre unitario hay que fragmentarlo por las ideas, las imágenes o por los sonidos. Penetran por los grandes orificios del cuerpo: las figuras visuales, la palabra hablada y escrita, los sonidos. Pero activan, cada uno de ellos, los cinco sentidos. La letra impresa de los diarios todavía deja un margen para tomar distancia. En la TV la pasividad es extrema: es casi una trampa del resplandor destellante frente a la mirada que se rinde, sumisa. Todo se fragmenta, se mezcla, se distorsiona con cálculos exactos y cortes imprevistos: la Biblia y el calefón sean por fin unidos. Al comprar y unificar los medios el poder financiero nos fabrican en serie: todos igualitos aunque vestiditos de manera distinta. En Francia, hace treinta años, Le Monde era un diario muy serio, cuyo director era nombrado por los redactores; hoy forma parte de un Group de capital extranjero. Es casi igual a Clarín, tanto en lo que calla como en lo que muestra. Las mismas noticias centrales, los mismos enemigos y los mismos amigos, y la misma importancia para los deportes: la misma estrategia.

-Más allá que usted señala que el deporte es el principal tema de la prensa, ¿cree que la política dejó de estar en las calles, los locales partidarios, las universidades y las fábricas para reducirse al terreno mediático?

-Es evidente que los medios son los que construyen la imagen de la realidad "verdadera”. Todos los hechos y saberes que no coinciden con el sostén de esos núcleos de interés quedan excluidos: no existen ni para la conciencia ni para la imaginación de la gente. Los media se proponen que los propios conflictos y las necesidades colectivas se jerarquicen o desaparezcan para quienes los viven. El colapso de los mayores bancos del mundo y la caída de las bolsas de Estados Unidos aparece como una catástrofe sólo numérica, abstracta: no muestra la miseria, las muertes, las guerras, que infló con los suspiros de la gente viva esa “burbuja” etérea, como si no estuviera llena de personas a las que se les expropió la vida. Nuestras universidades han colaborado para que los saberes se desconecten del mundo: hay una burbuja científica, inflada por el soplo del “cuerpo de profesores”, que también debería desinflarse para saber de qué está hecha.

-Según su mirada, los medios parecerían haberse apropiado del debate público...


-Claro, pero en la Argentina esto se acentuó mucho más con el genocidio, porque la paz política nos mostró en cada golpe militar o económico el fundamento de muerte que la sostiene. La política es una tregua cuya duración está dada por nuestra resistencia: si soportamos todo no nos va a pasar nada. La política viene de un golpe genocida que sigue presente en el horizonte futuro, y hay un genocidio prometido con el que se nos amenaza de múltiples formas si se quiere realmente cambiar algo. Los media son los que sostienen el único horizonte de futuro posible. Nos moldean y al mismo tiempo nos muestran los límites insuperables de ese molde, si queremos seguir vivos. Con el “golpe del campo” el terror adormecido en la memoria de nuestros cuerpos volvió a despertarse, y con él se valorizó el espacio del “divertimento” de los medios con el que nos anestesiamos.

-¿Cree que ese terror se hizo más visible durante el conflicto del campo, donde el discurso de los medios y de varios sectores políticos abogaron por la búsqueda de consenso en contraposición a la confrontación de ideas?

-No existía confrontación de ideas porque había una sola idea en circulación, que era la que transmitían los medios en cadena. El consenso era el que impusieron los más fuertes. Quedamos tan absortos como desinformados. ¿Cuándo va a venir alguien a decirnos en verdad qué pasa? -se preguntaba la gente, impotente, mientras volvía a sentir la amenaza del derrumbe. ¿Consenso sin censo? Los dos meses de desabastecimiento fue de nuevo una amenaza a la vida por temor al hambre. La tierra como propiedad privada perdió su sentido como suelo de todos los argentinos. No era la tierra madre o patria, sino la tierra financiera.

-¿Por qué hay tanto miedo al conflicto y a la confrontación de ideas?

¿Dónde confrontar ideas si no existe ese espacio público? Ese espacio, lo sabemos, fue comprado por el capital financiero. Las “ideas” van y vienen de un solo lado. Ni siquiera el gobierno fue capaz de poner la TV en cadena para decir lo suyo e informar a la gente. Cuando todo está unificado por el poder de los media ni las campanas del gobierno suenan. A la “verdad” política del kirchnerismo sólo se la sentía en el odio que la derecha y los ciudadanos/as ahítos gritaban: era el único índice donde la mayoría leía si el gobierno era el bueno o el malo. Tanto más bueno cuanto más malos se mostraban los del campo, los curas y los políticos. Los media, sobre todo la TV, estaban implorando al desastre por razones contables. Los media fueron el ariete para atacar las necesidades mayoritarias.

-¿Qué le pasa a usted frente a ese discurso de los medios?

-Los miro, los escucho, los leo, pero muy poquito: es un mundo obsceno al que terminás espiando para evitar que, de verlos todos los días, entren a formar parte de tu propia familia. Pasamos mirando o leyendo años tras años a esos mismos personajes cumpliendo su faena y con ellos convive la mayoría de nuestros conciudadanos. La “familia” está “unita” por los personajes de los grandes media. Uno que sí lee y escribe trata de entender desde abajo: cómo hemos llegado a ésto. No es fácil. La gente que tiene que decir algo en serio no está en los medios, o son muy pocos y por tiempo breve. En cambio hay otros circuitos, en las aulas, en las plazas, en las ciudades del interior, donde se anudan lazos diferentes, más llenos de vida, más apasionados y más calentitos para pensar juntos.

-Teniendo como referencia el caso de Carta Abierta, ¿le parece positivo que los intelectuales se involucren en política?

-Muchos de los intelectuales que firmaron la Carta sólo retoman el camino que los define como intelectuales plenos, y lo hicieron en un momento dramático de la amenaza, cuando toda la derecha formó un frente único, como si un director invisible organizara la orquesta para ejecutar una misma música sacra. Se sentían dueños del mundo circulando por los caminos que les abrió el genocidio: imponer la primarización de la economía prolongando la fuerza del terror pasado. Aunque uno no coincida en todo con lo que expresa la Carta, tenemos algunas ideas básicas que nos son comunes. Creo que es una experiencia importante, pero cada uno busca el lugar que cree más adecuado a sus propias ganas.

-Si compara la época actual con la de principios de los '50 cuando usted era parte de la revista Contorno, ¿qué diría que fue lo que más cambió en cuanto al rol del intelectual?

-En esa época, el intelectual tampoco tenía un papel preponderante. Apenas si aparecía, lo escuchaba una minoría, pero había más gente dispuesta que ahora. La producción de libros era menor, la TV no existía. El poder del capital era más grosero: no se metía tanto con la cultura. El rock no había aún barrido con el realismo sensible del tango del barrio que cantaba con palabras porteñas. No era un negocio financiero como ahora, donde un grupo invierte comprando editoriales para fabricar libros como si fabricaran ladrillos, se compran las bandas o los clubes de futbol. Antes se buscaba qué leer, ahora una librería es un mundo féerico que te hace guiños para seducirte desde las portadas de colores metalizados que brillan como lucesitas prendidas. Los intelectuales fueron desplazados por los grandes medios que compraron y privatizaron el espacio público donde las palabras circulan. Los media se han convertido en los “pedagogos” de la ciudadanía.

-¿Se refería a eso cuando señaló que la cura individual no bastaba y que había que recurrir a la reconstrucción de los lazos colectivos?

-Claro. El poder a lo que más le teme es a lo que está pasando en Bolivia, la comunidad de los pueblos que forman un gran cuerpo colectivo donde los lazos personales son el cimiento de ese colectivo. Acá, el terror permanece desde el pasado y está infiltrado como amenaza en todos los cuerpos vivos. Nos disuelve y ataca lo que tenemos de más propio. La única tarea posible es que con el tiempo vayamos anudando lazos personales y sociales para volver a recrear la única resistencia contra el terror, ya que uno sólo como individuo aislado no puede enfrentarlo. Cuando el terror te penetra quedás totalmente despavorido, entonces necesitas buscar algo que te entretenga. Y mirás a Tinelli, que viste con camiseta de futbol a unos hombres que nacieron enanos mientras juegan un partido sobre el hielo para que se caigan y la gente se burle. O bailando con estas señoritas delicadas e inocentes que están en la tele. La misma sociedad cristiana que impide el aborto de una niña violada de 12 años para preservar la vida y las buenas costumbres.

-¿Cómo se rompe con ese terror?


-Desde el reconocimiento de lo que tiene nuestro cuerpo de materno. Volver a activar en nosotros alguna relación vivida de protección, de contención, de afecto amoroso, y a partir de allí comenzar a iniciar la inclusión política. Nuestra cultura es patriarcal y matricida: destruye a la naturaleza como si ésta no formara parte de nuestro propio cuerpo

-¿La reconstrucción de esos lazos sólo puede ser pensada mediante la acción de la palabra?

-La palabra es la primera aproximación que tenemos con el otro distante para ubicarnos en el mundo. En el cuerpo a cuerpo basta el abrazo o la caricia. Pero con la palabra escrita que nos llega cada mañana esa distancia se acorta para decirnos la verdad del día. Los diarios son los mediadores de nuestro cuerpo con el “cuerpo de los redactores”. El cuerpo de los redactores, casi siempre anónimo, salvo los notables, componen un “órgano de expresión” por donde el poder nos penetra y nos baja línea: qué debemos pensar, qué saber, qué sentir, qué comprar. Un diario es un texto de palabras cruzadas que cada uno debe recomponer y reorganizar para saber algo en serio. Es un enigma matinal a ser descifrado, no una plegaria.

-¿Y qué lugar debería tener la palabra política en dicha transformación?

-La política debería buscar un lugar de reinserción en los cuerpos sintientes, ese que está oprimido por el terror en lo que todos tenemos de sensible materno. En la relación de la madre con el hijo no hay transacción económica ni política: prima la ley no escrita de la vida. El amor de madre no conoce el intercambio de equivalentes: se da porque quiere, protege sin esperar que el hijo le devuelva algo diferente, cuida del desvalido, su cuerpo lo acoge. Son los principios éticos que situamos luego como mandamientos formales que Dios nos ordena. Pero su sentido sensible, afectivo y corpóreo materno queda allí anestesiado. El amor de la madre fue expropiado para convertirlo en una orden de Dios-Padre. El discurso en la izquierda tendría que volver a hacer fructificar en cada uno de nosotros ese lugar que está congelado, que es lo que permanece siempre en las ganas recónditas de cada hombre. La madre, la arcaica digo, la de la primerísima infancia, es lo que tenemos de terrenal, de naturaleza, de corpóreo, de vida. Eso es lo que ha sido destruido por la religión católica primero, y por el capitalismo que resultó de ella luego.

-Ya que menciona a la izquierda, ¿por qué cree que hay una falta de representatividad de las izquierdas en nuestro país?

-Las izquierdas de nuestro país son izquierdas políticas trabajadas por la razón patriarcal cristiana, aunque no lo sepan. Por eso quieren bajar los conceptos a tierra, aunque ésta se resista. Trabajan sobre fondo de una materialidad, como diría Marx, “no subjetiva”, no de los cuerpos sensibles vivos: tienen sólo un “corpus” de palabras. Si algo nos están enseñando las trasformaciones políticas de los aborígenes americanos es la necesaria recreación de la comunidad de los cuerpos, con indiferencia de la profesión que tengan, desde la terrenalidad común recuperada dentro de un saber cuya premisa es la vida. Si la izquierda no comienza a plantear los problemas desde la relación con el cuerpo y la tierra -que es por definición el cuerpo común de los argentinos- y sólo la hace desde las “necesidades” que la economía define, no van a tener arraigo. Si no “mater-ializan” el concepto de Nación para incluirnos carnalmente en la tierra, le están regalando nuestra base terrestre a la derecha, con cuyas categorías la gente de izquierda misma piensa.

-¿Piensa que la política del consenso vino a reemplazar a la política adversarial de izquierda y derecha, borrando así las identidades políticas diferenciadas?

-Cuando la izquierda en los países de cultura cristiana se transforma en socialistas, comienza a sostener los mismos principios que la derecha y los pone en práctica. La derecha sabe que la izquierda tiene un potencial diferente, pero no una actualidad humana distinta que la ponga en práctica. Por eso la racionalidad de la izquierda se transmuta, planes quinquenales mediante, en racionalidad de derecha. Ese poder potencial es el que la derecha trata por todo los medios, incluidos los media, de que no aparezca. La izquierda colabora con esto porque plantea sus políticas de manera ineficaz y abstracta –como si para ambos la materialidad humana fuera la misma.

-¿De qué temas no quiere hablar nuestra sociedad?

-De lo que nos ha pasado y de lo que nos está pasando, para pensar un futuro que nos tenga en cuenta: para no volver a caer cada vez que volvemos a levantarnos. Las grandes creaciones de la cultura argentina, la inteligencia, el coraje y el sacrificio de tantos hombres, todo eso fue aniquilados en cada golpe de Estado. Este país no ha podido tener su acumulación cultural primitiva. Cada golpe militar fue una destrucción más acentuada y pavorosa de todo lo que se había acumulado antes como riqueza humana. La clase dominante argentina ha sido implacable: lo seguimos viendo.

-En relación a este desprecio de lo materno, y más allá de los desacuerdos políticos que muchos puedan tener con el discurso y la política del oficialismo, ¿considera que la desaprobación de la figura de la presidenta Cristina Fernández también responde a otras cuestiones?

-Cristina Fernandez de Kirchner tiene el desparpajo de la mujer que siendo bella y atractiva –como muchos dicen con cierta malicia- ocupa el lugar más alto al que un hombre aspira. Tiene inteligencia, es sexy y exhibe sus piernas con polleras cortas en los salones de los presidentes y de las Naciones Unidas. No es ni Rosa Luxemburgo ni La Pasionaria, pero habla con soltura de los pobres, así como se expresa con sapiencia grave de problemas teóricos y prácticos. A la pequeña burguesía esto la debe inquietar mucho porque, siendo ella lo mejor que han dado, ahora se les opone y les saca un bocado, sólo uno, de sus bocas ávidas. La envidia, los celos, y hasta la libido se convirtió en causa eficiente inconsciente en la aridez de la puja política.

-Argentina es uno de los países más psicoanalizados, ¿a qué responde eso?

La culta y delicada clase media argentina, formada por hombre y mujeres engendrados desde muy abajo por toscos padres laburantes y comerciantes venidos de Europa, tuvo que pagar su precio por el rápido ascenso: su tránsito histórico de un nivel a otro en sus propias personas. El psicoanálisis permitía enfrentar los conflictios privados allí donde la distancia entre padres e hijos se había convertido en una vía crucis. Los riesgos de entrar en la vida mundana traía muchos conflictos. Muchos de sus hijos se hicieron psicoanalistas para utilizar su experiencia ayudando a los otros como profesionales de los dramas humanos familiares. Ya Freud lo había advertido: el psicoanálisis es una profesión liberal imposible. Por eso en sus escritos sociales decía que “lo que comienza con el padre termina con las masas”. No alcanzó a decirnos dónde termina lo que comienza desde más temprano con la madre. Ni que lo que comienzaba en el consultorio terminaría en las prepagas.

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