miércoles, 22 de octubre de 2008

Rosario, octubre de 2008

Tribuna Introspecciones -
Del Licenciado Ricardo Marconi

Linguistica


Pizza

Cerveza

LINGÜÍSTICA, PIZZA, “CARLITOS” Y CERVEZA BLANCA

Cada vez que nos reunimos, la charla con mi amigo Leo y los tópicos sobre los que avanzamos fueron varios, aunque sin duda el que más tiempo nos llevó fue el de la evolución lingüística del hombre y en su extensión, no sólo influyó el tema en sí mismo, ya que también tuvieron que ver la pizza, el “carlitos”-que prepara muy bien en su bar de Alvear y 9 de Julio-, y la cerveza blanca, que regó la charla dónde mi interlocutor se aprovecha de su título de licenciatura en el área de artes audiovisuales para hablarme de cine y su idea de crear para Rosario un museo del séptimo arte localista.

Toda lingüística –acordamos con Leo- ha de habérselas con un idioma aún no descifrable que sólo piensa en registrar fielmente las pautas fonéticas, en aislar las mínimas unidades con sentido propio –los fonemas- y, por último, en analizar la gramática de dicho idioma. Por más que difieran entre sí los diversos idiomas humanos, existe una reiterada relación entre sus fonemas, sus cláusulas y sus oraciones. Si tal vínculo se regulariza, entonces la clave podrá ser descifrada.

Esta simetría se debe a que pertenecemos a la misma especie y al hecho de nuestro idioma oral configura una común herencia biológica. Se trata de los productos básicos de nuestra evolución, la cual reclamaba un sistema propio de comunicación.

Los especialistas en comunicación acordarán con quien esto escribe que nuestras formas gramaticales y regulares maneras de obrar derivan de nuestra común historia evolutiva. Nos contentamos con nuestro pobre idioma oral –algunos especialistas afirman que no llegamos a utilizar habitualmente mil palabras- y con el lenguaje de nuestra conducta, placeres equiparables a los que nos depara la curiosidad por conocer y comprender lo que hacemos, así como la exploración de la biogramática[1] de nuestra conducta.

Mientras terminaba de escribir el párrafo anterior recordé a la profesora que en la facultad nos hablaba de lingüística, quien afirmaba que “una aplicación de la biogramática a la vida diaria de los mandriles, en el terreno de la zoología, se produce cuando uno de los animales jóvenes invade el territorio de uno mayor. Éste último lanza, aparentemente, un gran bostezo, que en realidad no es otra cosa que una ostentosa exhibición de sus caninos y sus rojas encías, destinada a amedrentar al imprudente joven”.

Leo, que a todo esto me prestaba su atención, entre porciones de pizza, me disparó una pregunta por cierto muy interesante: ¿Se halla la subyacente estructura de la conducta biogramaticalmente conectada con al raíz biológica de la especie?.

Me di tiempo para pensar la respuesta mientras masticaba y saboreaba lentamente un triple. Luego le señalé, haciendo referencia a estudiosos de problemas sociales, que dicha comparación constituye una maldición... por más obvia que resulte para cualquier persona amante de los animales.

Todos los animales se entremezclan con el ambiente que los rodea. Como podemos deducir, en rigor, la única manera de comprender la exacta naturaleza de lo que distingue al hombre del animal, consiste en averiguar qué naturaleza distingue al hombre del animal, para precisar, consecuentemente, que tienen en común.

La singularidad del cuerpo humano no implica una diferencia de clase entre el hombre y su primo, el primate. En gran medida es el resultado de una serie de penosas especializaciones, la más obvia de las cuales es su permanente condición de bípedo. El hombre se vio precisado a realizar tal cambio para adaptarse a su existencia de cazador.

Así enderezó –cualquier antropólogo lo confirmará- su columna, estrechó su pelvis, expandió las nalgas y su cabeza se mantuvo en un precario equilibrio, allá, en lo alto de su espina dorsal. De todo este mejunje de cambios -diría mi abuela- resultó su andar a trancos, que descubrió como la manera menos fatigosa de recorrer largas distancias. Sus lóbulos frontales aumentaron en tamaño y complejidad y la resultante de ello fue el acrecentamiento de su inteligencia y su lenguaje articulado, sumado a su capacidad de aprendizaje.

De todo esto se generó una especie humana que creó civilizaciones y símbolos, y del mismo surgió un Retoben, un Stravinsky y un Paúl May Cartney.

Leonardo, en esa línea de pensamiento me acotó con agudeza que “Solo nuestra especie produjo documentos tales como el Corán, la Biblia y el Manifiesto Comunista. Somos los únicos primates que fabricamos cosas, que luego perdemos y hasta, si es necesario, desenterramos para colocarlas en museos. Es más, ninguna otra especie, en todo el ámbito natural posee un sistema educacional más complicado y menos viable que el nuestro”.

La conducta del hombre se transmite culturalmente mediante la enseñanza y el aprendizaje sustentado en símbolos y sobre todo en el lenguaje. Así, el niño es un tabula rasa, no borroneada por las ineludibles e instintivas demandas que gobiernan a los animales.

Se ha sugerido que la mera existencia de una gramática no permite predecir lo que la gente dirá. Sí se puede decir que la gramática indica como debe hablar el individuo para hacerse entender a partir de la aplicación de reglas concordantes con el nivel madurativo del niño.
Poseemos un mecanismo de adquisición de cultura que nos lleva a elaborar, a su vez, otras culturas identificables y analizables, en la misma medida que nos vemos impelidos a crear idiomas que puedan ser identificados, por variadas que sean sus manifestaciones locales. En definitiva, el niño sólo aprende idiomas que se ajustan a reglas generales que rigen todas las gramáticas humanas y asimila únicamente las gramáticas de la conducta que concuerdan con las normas de la biogramática.

El organismo humano está preparado de una manera que le permite procesar y emitir informaciones relacionadas con ciertos hechos de la vida social, como por ejemplo el idioma.
Aún más, sólo procesa dicha información en determinados momentos y de una forma específica. Seguramente los sociólogos tendrán teorías sobre como las sociedades hallan la manera de “domar “ a los jóvenes, de utilizarlos y de obligarlos a identificarse con el sistema vigente. Muchos especialistas sostienen que todo ello es una cuestión de “disciplina”, aunque entiendo que la cuestión es aún más compleja, pero como no soy sociólogo y aquí me paro.

Lo que sí quiero apuntar es que el hecho más original, en lo que concierne a la conducta cultural, con un gran sentido simbólico, sus complejas tradiciones sociales y su modo de transmitir datos de generación en generación nos lleva a la pregunta del millón: ¿A qué se debió el “montaje” del animal humano, que lo impele a la cultura?.

Los médicos amigos a los que les pregunté sobre el tema coincidieron en que sólo después que empezó el primate a realizar faenas culturales, aumentó su cerebro de tamaño como así también su complejidad.
Y aquí ingresaríamos a otra cuestión: la de la relación entre la selección natural y lo que ella favoreció a los animales más inteligentes que, a su vez, procrearon seres más hábiles, cuya astucia y destreza les permitió propagarse. Así, cuando la supervivencia comenzó a depender del lenguaje, el proceso selectivo debió favorecer las mutaciones que tenderían a perfeccionar los órganos del habla.
Y en esto cualquier hombre, como Leo, de manera simple pero indubitable, me aseguró sonriendo que “se vieron favorecidas las mujeres.'

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